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“La solemnidad de todos los santos, representa visualmente a toda la multitud de los redimidos, para descubrirnos el destino que nos espera también a nosotros, peregrinos. Es además, un motivo para hacernos conscientes de nuestra solidaridad con todos aquellos que nos han precedido en el mundo del espíritu. Todos ellos, que viven frente a Dios, son nuestros intercesores que dan impulso a nuestra vida”. (Misal Romano)
En mi caso, habitualmente le pido a la Virgen María que me ayude a ser tan dócil como ella, para interpretar las señales de su Hijo ante esta vocación que estoy viviendo, en la cual he podido ser más feliz.
La solemnidad de todos los santos, comenzó a celebrarse debido al excesivo número de mártires en el tiempo de la persecución de Diocleciano (302-313d.C.), que provocó la necesidad de celebrarlos un día en común.
Entre la multitud de santos que celebramos, hay algunos que se han destacado como símbolos de nuestra fe. No podemos olvidar el desprendimiento de san Francisco, la entrega de santa Teresa de Calcuta, la conversión de san Agustín, la valentía ante la muerte de san José Sánchez del Río, la gran paciencia en las largas filas de confesiones del santo Cura de Ars, la tenacidad de san Cupertino quien a pesar de sus dificultades para realizar sus estudios logró convertirse en sacerdote en tiempos muy estrictos y sobre todo el gran testimonio de humildad de la Santísima Virgen María. Sin embargo; a pesar de la diversidad de carismas y virtudes, todos ellos tienen algo común, el escuchar la voz de Dios para servir a quien lo necesite.
Aún así, no debemos creer que la santidad es una realidad alejada de nosotros, que no podemos alcanzar. La santidad es para todos, de manera que podemos imitar las virtudes de los santos para llegar a contemplar a Dios. Recordemos las palabras de Jesús a modo de exhortación “sean santos como su Padre celestial es santo” (Mt. 5, 48).
José Eliseo Soriano Aguillón
2do. de Filosofía