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En nuestro mundo actual sigue existiendo un fenómeno conocido como ateísmo. Este fenómeno, como es de costumbre, ha ido cambiando a través del tiempo en algunos aspectos, pero conservando su esencia.
Para comprender mejor qué es el ateísmo podemos situarnos en el lugar de un ateo. Pensemos en un hombre que argumenta que no existe una evidencia empírica directa de un ser supremo, que también contempla una diversidad de religiones que le crean confusión y dudas de que exista un verdadero Dios, y que al mismo tiempo es consciente de su libertad para creer o no creer. El ateo busca entonces una forma de justificar la creación, el orden y la perfección del universo con una explicación científica donde la idea de un dios no tiene cabida.
Podemos enumerar de alguna forma ciertas causas del ateísmo, pero sería involucrarse en la esfera personal de cada hombre; así que lo que podemos mencionar como preámbulo del ateísmo, es que existe una idiosincrasia cerrada a una explicación sobrenatural del origen del universo, que reduce la realidad a explicaciones científicas; por lo tanto, Dios no existe. Aunque también puede existir una forma de ateísmo en la que ni siquiera existe una preocupación por preguntarse algo acerca de Dios y el universo, una forma de vida totalmente escéptica y al mismo tiempo pragmática, sin trascendencia.
Nietzsche es un gran filósofo, de origen alemán, que proclama una sentencia bastante atrevida: “Dios ha muerto”. Esto quiere decir que el hombre ha tomado el lugar del ser supremo y se ha proclamado como “superhombre”, ha sido él quien ha matado a Dios. Esto genera como consecuencia que todos los valores mueran también, y sean reemplazados por nuevos valores creados por el mismo hombre. Este nuevo estilo de vida es ahora poder, querer poderlo todo, entrando por la puerta sin retorno del deseo insaciable del hombre de querer siempre más poder.
Hay que advertir que, así como el ateísmo propuesto por Nietzsche, existen otras formas de ateísmo que conducen tarde o temprano al inmanentismo; es decir, a sostener que el hombre es la causa de que todo tenga un sentido, que es la única explicación y fundamentación de donde procede toda verdad.
Hemos de hacer notar entonces que el ateísmo cierra las puertas del hombre hacia la posibilidad de un ser divino, quedándose el hombre como el mismo ser divino. Pero la realidad es que existe una diferencia metafísica bastante clara entre el ser humano y el ser divino que no pueden equipararse. El ser supremo es ante todo omnipotente, y está por encima de todo cuanto existe, incluso por encima de la negación que pueda hacer el hombre de él.
De igual forma, existe un vínculo innegable entre el creador y su creación, y bastaría este vínculo para decir que hay una relación: donde uno crea y el otro es creado por el primero.
Afirma Agustín de Hipona: “nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti”. Hemos sido creados por un ser supremo con el fin de existir siempre en referencia a Él; Él es Ipsum Esse Subsistens, existe por sí mismo, y nosotros existimos por él, por su bondad suprema. Además, Dios ha constituido nuestro ser con un deseo por conocerle, un deseo que no será satisfecho por nada que no sea Él mismo. Así, el ser del hombre llegará a su plenitud y perfección cuando se encuentre frente a su creador, cuando éste así lo decida.
Édgar Omar Lara Zavala
Seminarista de Experiencia Eclesial del
Seminario de Ciudad Victoria