Cuando en el apostolado tengo la oportunidad de compartir con los niños algún tema del catecismo suelo preguntarles si dentro de sus deseos se encuentra el de ir al cielo, y me llena de gusto que con mucha alegría levanten su mano y digan: ¡sí, profe, yo quiero ir al cielo! Qué digno de admiración es su deseo por alcanzar un día aquello que tanto se les ha dado a conocer como el lugar en el que se está con Dios y se es feliz. ¡Qué grande es su esperanza!

En mi formación como seminarista he aprendido (aunque poco) y tomado gusto por la música y, para explicar de una forma un poco más sencilla nuestro “ser esperanza” para los demás, me atreveré a hacer una analogía entre una pieza musical y nuestra labor como agentes que animan y llevan a los demás un mensaje de esperanza en Dios en tiempos difíciles.

Para que la pieza musical logre hacer sentir en el corazón de las personas lo que el autor en su creación quiso expresar, es necesario que todos y cada uno de los elementos que con detalle la conforman, así como su ejecución, se lleven a cabo en tiempo y forma. Si durante su ejecución, el número de instrumentos no se encuentra balanceado o alguno de ellos está desafinado, quien lo toca no lo hace de acuerdo con la partitura o se escucha ruido entre el público, no será posible apreciar en su totalidad lo que busca trasmitir.

Pensémonos como aquellos músicos que están por ejecutar esa bella pieza. Para hacerlo requieren de una previa e intensa preparación, de un deseo por dar a conocer a través de su trabajo lo que la obra quiere decir, de demostrar que; aunque en los ensayos se equivocaron una y otra vez y que en su vida ordinaria hubo situaciones que los desanimaban para seguir adelante, se encuentran ahí de pie, listos y firmes para su ejecución. Pensemos en la necesidad que tiene el mundo, que hoy se encuentra en una situación muy difícil, de que llevemos esperanza, de que sepa que a pesar de las muertes que hay, de las situaciones de pobreza, las enfermedades, el sufrimiento, la perdición, Dios permanece siempre a su lado.

Todos formamos parte de esta obra maestra que ha hecho Dios con nosotros, pero porque lo conocemos tenemos la responsabilidad de llevar la promesa que nos ha hecho de permanecer junto a nosotros a todos aquellos que hoy lo necesitan más que nunca, así como de prepararnos humana y espiritualmente para ello. La obra musical no se escuchará igual si falta el más pequeño de sus elementos, la obra de Dios necesita de ti. Hagamos un gran esfuerzo para que este concierto que llamamos vida suene como una melodía creada y dirigida por Dios.

 

Luis Carlos Solís Garza

3ero de Filosofía