01 Abr 2022

El hombre fue creado para habitar en el paraíso, un lugar de brisa fresca al atardecer, para disfrutar de la presencia de Dios y de los hermanos. Sin embargo, todos conocemos esta historia; el hombre corrompió su corazón con el pecado, alejándose de este lugar. Ahora vivimos en un lugar de desierto, poca agua, condiciones de clima extremas, bestias y alimañas peligrosas para nosotros.

Nuestros desiertos pueden ser literales o metafóricos, pero hemos descubierto que Dios nos llama a cruzar, y en ese caminar Dios nos encuentra y nos llama de regreso a Él, a su jardín.

Al imaginarnos en el desierto podemos impactarnos por todos los peligros que pudiese haber,  y es cierto, caminar por el desierto no es fácil, significa sacrificio, esfuerzo y cansancio. Esta es la batalla espiritual, el desierto es la oportunidad de reflexionar sobre nuestra relación con Dios, es un tiempo para detener nuestra vida y preocuparnos por lo que realmente es importante, nuestro corazón.

El desierto nos llama a adentrarnos a nuestro ser y poner los ojos en lo alto, en las realidades espirituales. Cuando la desnudez de un desierto desviste ante nuestros sentidos la frondosidad del mundo material, es entonces que quizá volvamos nuestro corazón a Dios.

¡No temas en caminar por el desierto! Recuerda que cuando Dios encontró a su pueblo “Los encontró en un lugar salvaje, en el terreno baldío de un desierto de aullidos. Los cubrió con su manto, cuidó de ellos, los guardó como a la niña de sus ojos” (Dt 32, 10). Dios te encontrará, cuidará de ti y nunca se separará. Caminar por el desierto es ponerse en marcha a estar junto a Dios, es dejarse encontrar por Él, es saberte pequeño para que Dios te inunde de su gracia.

El desierto es ahora un lugar de renovación, es cierto, son lugares de dudas e incertidumbre, pero también puede ser ocasión de un nuevo renacer como cristiano.

Camina con Cristo, Él nos ha llamado al desierto.

Alfredo Cantú Leal | 2º de Filosofía

25 Mar 2022

HELLO! 1

Es en el desierto donde renacemos, es en el desierto donde podemos ver lo necesitados que somos, es en el desierto donde nuestra debilidad se hace presente, donde nos damos cuenta que somos pequeños y que necesitamos una fuerza para poder avanzar, para poder salir adelante, a flote de la autoreferencialidad.

En esta Cuaresma aún con pandemia y queriendo regresar a la vida ordinaria, nos damos cuenta que estamos caminando bajo nuestras propias fuerzas, que no avanzamos, que nuestros pasos son débiles y que quizá caminamos sin sentido, sin ninguna meta.

Nuestros ojos están cegados, caminando bajo las sombras del mundo, no nos ha bastado una pandemia sino que ahora estamos en medio de una guerra y bajo la avaricia del poder. Sin embargo, lo grandioso de todo esto es que aún estamos a tiempo de salir victoriosos, de triunfar de la mano de Dios.

En esta Cuaresma, diferente a muchas otras, Dios nos está hablando y queriendo quitarnos la ceguera y la dureza de piedra que tenemos en el corazón (Ezequiel 11, 19), solo basta aclamarlo, solo basta  llamarle para pedir su gracia, misericordia y paz para todo el mundo (cf. Jeremías 33, 3). Dios nunca nos abandona, es el hombre quien se aleja de Él, pero nunca es tarde para regresar y tomar del agua viva donde nuestra sed es saciada (cf. Juan 4, 14).

En este tiempo que aún no termina podemos tomar una dirección diferente y ver la promesa de Dios presente en nuestras vidas. Aún estamos a tiempo (cf. Joel 2, 12) de caminar bajo la protección de Dios, como aquel Pueblo que sacó de Egipto (cf. Éxodo 15).


Caminemos de la mano de José y María para poder llegar a la Pascua de Cristo y ser hombres nuevos llenos de su gracia.

Dios nos ha hablado al corazón, sigamos caminando, sigamos confiando en Él.

José Albero Pérez Estrada | Experiencia Eclesial