¿Cómo son los jóvenes hoy en día? Una pregunta que nos hace mirar a la íntegra existencia y manifestaciones de la juventud. ¿Hay alguna diferencia entre la etapa juvenil del siglo XXI a la realidad de las décadas anteriores?, ¿a qué hechos tienen que responder los chavos de hoy?, ¿qué es lo que le apasiona o le mueve al joven de la actualidad? Diversas respuestas pudiéramos encontrar o decir ante estas cuestiones, lo que parece un hecho es el poder observar que la juventud sigue manifestando esas pinceladas únicas y peculiares que a lo largo del tiempo la han caracterizado.
Cuando una persona tiene la oportunidad de compartir o convivir con un joven, puede contemplar una serie de propiedades que distinguen a la persona en esa etapa de jovialidad. Y es que este momento en la vida manifiesta un tiempo trascendental en la historia de cada persona. Se llega a ser joven después de la infancia (para muchas personas una fase de alegría e inocencia). En la antesala de la juventud se experimenta la adolescencia, que es, de modo ordinario, el torbellino de las emociones y de los cambios corporales, para llegar así, al momento donde se busca forjar de un modo delicado y a la vez firme la propia personalidad, es decir: la juventud.
En la actualidad se dice que los jóvenes están expuestos a muchos fenómenos socioculturales que van “modificando” la vida, el corazón, la perspectiva de cada uno. Si observamos los retos a los cuales están expuestos, podemos decir que la juventud se encuentra ante un bombardeo de situaciones hedonistas, cambiantes, dinámicas y retadoras ante las cuales tienen que aprender a responder con eficacia y valentía.
Por lo cual, se pudiera decir que los jóvenes contemporáneos son apasionados, gentiles, preocupados por su entorno y las problemáticas globales, se involucran y son agentes de cambios. Generan propuestas y son ruidosos al hacer notar sus opiniones. Son y están creando el futuro en el presente del hoy.
Así mismo, la juventud actual se enfrenta a diferentes retos que en épocas anteriores, ni siquiera se podrían imaginar las generaciones previas. Desde pandemias, guerras, cambios sociales y tecnológicos, siendo estos últimos los que han radicalizado la forma de interactuar entre todos, permitiendo abrir las fronteras, inmersos en la globalización que ha generado que ellos mismos lleguen a relacionarse con jóvenes de otras culturas y naciones.
La apertura a otros contextos, escenarios e ideologías también ha generado fenómenos, los cuales se traducen en padecimientos que se han visto reflejados en la salud mental de los jóvenes. Organizaciones como la OMS han analizado dicha realidad con diversos especialistas, brindando estadísticas como las arrojadas en el año 2020. Estos estudios señalan que: la depresión es la primera causa de incapacidad en la juventud mundial, y el suicidio es la segunda causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años.
Números crudos que nos hacen voltear hacia la importancia de la sensibilización de los retos que se enfrentan los jóvenes en el día a día. Entornos laborales y estudiantiles llenos de estrés, violencia y poca seguridad que, al acercarse a esta realidad, uno pudiera caer en el pesimismo de las cifras, donde las enfermedades psicológicas (tal vez cada vez más ordinarias o cercanas en nuestro lenguaje), las crisis existenciales y las dificultades de la vida parecen apreciarse en el diario vivir. Ante estos fenómenos, es reconfortante escuchar las palabras de nuestro Maestro: Joven, a ti te lo digo, ¡Levántate! (Lc 7, 14).
En el ámbito eclesial, esta revolución de circunstancias ha llevado de algún modo también a una “crisis vocacional”, la cual hemos venido padeciendo como Iglesia desde hace algunas décadas. Ante estas realidades, siguen existiendo jóvenes que con audacia y docilidad escuchan la voz de Dios en medio de los ruidos del mundo y son capaces de responder con generosidad al proyecto de Dios, ese plan de salvación que es el verdadero camino de la felicidad.
De igual modo, la resiliencia presente en el joven actual es admirable, su constante búsqueda de alternativas para crear un mejor mundo, su deseo de avanzar, de crecer, de ser mejor cada día demuestra su pasión, interés y motivación para continuar desarrollándose y lograr sus objetivos en la vida. Por lo que un aspecto importante que nunca debemos olvidar como personas, mucho menos como hijos de Dios, es recordar y experimentar que la juventud es sinónimo de fortaleza, dinamismo, alegría, amistad, ímpetu, entre otros adjetivos que pueden describir la realidad de los jóvenes.
El Papa Francisco nos recordaba hace poco que “la verdadera juventud es tener un corazón capaz de amar.” (CV 13) Sin duda, una de las características fundamentales en el joven es el corazón inquieto que busca amar y sentirse amado buscando en la convivencia el sentirte perteneciente a un grupo o a un círculo de amistad, amistad entre las personas, siendo amigo en el amigo, en Dios.
“Ser joven, más que una edad es un estado del corazón. De ahí que una institución tan antigua como la Iglesia pueda renovarse y volver a ser joven en diversas etapas de su larguísima historia. En realidad, en sus momentos más trágicos siente el llamado a volver a lo esencial del primer amor”. (CV 34). Es por ello mismo, que el Papa Francisco nos convoca a que “miremos a los jóvenes siempre con una sonrisa; ellos llevarán adelante lo que hemos sembrado”.
Nunca olvidemos que, al mirar a Jesús el eternamente joven, Él quiere regalarnos un corazón siempre joven. La Palabra de Dios nos pide: «Eliminen la levadura vieja para ser masa joven» (1 Co 5,7). La juventud ha sido, es y será un reflejo del dinamismo de la vida, la pasión que nos mueve a disfrutar cada momento del latir del corazón, la alegría de actuar con fortaleza que renueva el sentido de vivir.
Al mismo tiempo, Cristo nos invita a despojarnos del «hombre viejo» para revestirnos del hombre «joven» (cfr. Col 3,9-10) “Necesitamos soñar, también como Iglesia, ¡necesitamos el entusiasmo y el ardor de los jóvenes para ser testigos de Dios, que es siempre joven!” nos recuerda el Papa Francisco con insistencia. Pidamos a nuestro Buen Pastor que nos conceda la gracia de tener un corazón que se deje renovar por su gracia, para poder ser siempre, en medio del mundo un signo de la novedad del Dios de la vida que nos llama a la alegría.
Pbro. Ángel Josué Loredo García
Auxiliar de Pastoral Juvenil de la Arquidiócesis de Monterrey