08 Dic 2019

HELLO! 1

En ocasiones podemos llegar a sentirnos desanimados por las dificultades que se nos presentan en el día a día y pensar que la santidad es algo imposible. Claro que no es un camino sencillo, pero sí lo podemos alcanzar. La Virgen María nos puede ayudar, siendo nuestra guía e intercesora, y para esto vale la pena que partamos observando el dogma de la Inmaculada Concepción.

Creer que María fue concebida sin pecado original es estar seguros de que Dios quiere salvarnos, pues Él la dotó de los dones necesarios para cumplir la misión que le sería encomendada, la de ser madre del Mesías. Ciertamente, la mujer que recibiría esta encomienda, tendría que ser digna y estar preparada para llevar en su vientre y en sus brazos a Aquel que nos permitiría vivir la redención. Por eso, María, por gracia de Dios, nació sin mancha alguna y decididamente vivió cada uno de sus días sin cometer pecado alguno, cumpliendo la voluntad de Dios. Es así cómo en ella podemos ver que es posible llegar a la santidad, a ser inmaculados purificados por la gracia del Altísimo. Pues, ¿por qué Dios querría que su Hijo viniera a la Tierra si no es por la causa más noble, la redención del hombre? y, ¿por qué le concedería el ser concebida y vivir sin mancha alguna a una mujer, sino es para que tomándola como instrumento dócil, el resto de la humanidad pudiera algún día gozar de dicha gracia, de la pureza del alma?

Es, entonces, así que tenemos que estar seguros que podemos llegar al cielo y ¡que estamos llamados a vivir allí eternamente! Nuestra vocación más grande es ser santos, y ¡claro que podemos serlo! ¡Inclusive desde hoy! Obviamente es algo difícil, cuesta esfuerzo y el poner en práctica nuestros dones, vivir en oración y en completa disposición a la voluntad divina, pero ¡María nos enseña que sí es posible! Y lo logramos con ese “Sí” diario, que demostramos disponiendo nuestra alma a escuchar a Dios y actuando con amor. Digamos cada día “Hágase en mí según tu palabra.” y vivamos alegres de vivir de la mano de la gracia del Señor.

Diego Andrés Treviño Almaguer
1ero. de Filosofía

01 Dic 2016

HELLO! 1

Por: Juan Rogelio Ramírez Gaytan, seminarista (Experiencia Eclesial).

Sin duda, el tiempo de Adviento es la llave del año litúrgico, ya que aparte de prepararnos para conmemorar la encarnación del Hijo de Dios en nuestra carne, también meditamos los orígenes de nuestra salvación. Y uno de los grandes misterios que encierra la llegada de Jesús a la tierra, es el de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María.

En este dogma de fe celebramos a María, preservada de toda mancha de pecado desde el primer instante de su concepción. Ella es para nosotros la aurora de la salvación desde los orígenes del universo, es la mujer esperada que nos narra el Génesis 3, 15.

Estas son las palabras con las que el Papa Pio IX, el 8 de diciembre de 1854, en su bula “Ineffabilis Deus”, proclamó este dogma:

“Declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles.”

La presencia de María en la historia de la salvación es importantísima, ya que por su “SÍ” a Dios, se cumple el plan divino que Dios realiza en favor de los hombres. Ella “viene a librar al pueblo que tropieza y se quiere levantar” de tantas acechanzas del maligno.

María es Inmaculada porque Dios así lo dispuso: “Dios Hijo que iba a venir al mundo, tenía que encarnarse en el vientre de una mujer pura. Ella fue predestinada a ser intacta, sin mancha de pecado alguno”.

Es, entonces, cuando María se convierte para nosotros en modelo de pureza y nos muestra el claro camino para llegar a tener un corazón puro para que podamos recibir a Jesucristo y llevarlo a donde quiera que vayamos, como ella lo recibió en su seno virginal. Podemos llegar a decir que la vida del cristiano puede ser fácil, siempre y cuando amemos las virtudes que Dios tanto amó en María.