05 Ago 2022

HELLO! 1

El reloj registra las 23:56 horas. En algún lugar del mundo, el padre godínez ha dejado la oficina; el operario marca su hora de salida mientras distingue al que registra la entrada; la cansada madre de familia apagó la luz de la cocina; la madre soltera se dispone a engañar al maestro de su hijo haciendo su tarea, o reproducir con su pequeña princesa un mundo imaginario de compras, cocina y veterinaria; el estudiante experimenta la adrenalina de enviar su tarea con 3 minutos de anticipación al horario límite; el conductor siente en su rostro el aire fresco de la carretera, anhelando llegar a la meta; la pareja enamorada rehúsa concluir la conversación; el adolescente que llega a casa es reprendido sin posibilidad de disimular los efectos del alcohol; y el joven misionero rememora su día apostólico, profundizando su experiencia de encuentro con Dios. Pero en todos los casos, en todos los lugares del mundo, la conciencia se sienta a solas con Dios, escuchando su voz en el recinto más profundo de su corazón (GS 16). 

En su caso, el misionero escribe, registra la voz de Aquel que le llama durante el día. Rememora un día caliente, las puertas que toca y las personas que salen; las puertas que se quedan cerradas y los perros que ladran con rabia. Recuerda a quienes le hacen pasar a la sala, y quienes se niegan atenderlo. Cuestiona a Dios aquellos casos de indiferencia, pero se regocija por las personas que consoló y reanimó a causa de sus palabras y testimonio. No puede olvidar la tierna figura de la abuelita que le sirvió un vaso de agua fresca con tanto cariño; pero aún le duele la ofensiva mentada de aquel anciano malhumorado. 

Le conmueve la mirada de la anciana postrada en la cama, que le advierte su partida al encuentro con sus padres y hermanos ya fallecidos. Le brota una lágrima al recordar la sonrisa de aquel niño desahuciado a causa de su leucemia en etapa terminal. Recordar a los padres del pequeño, tomados de la mano con una sonrisa falsa, tan falsa como la esperanza de sobrevivir, hace que el joven misionero quiebre en un amargo llanto a causa de tristeza e impotencia.

Pero en su corazón escucha la voz de Aquel que puede compadecerse de nuestras flaquezas, de quien ha sido probado en todo como nosotros, menos en la impureza (Hb 4,15). De esta manera, el misionero recurre a la fe para mirar los acontecimientos desde el punto de vista de Jesús, es decir, repasa su día desde los ojos de Jesús (LF 18). Así la fe se convierte en el punto de partida para discernir el llamado de Dios. 

Pero, ¿Por qué la misión se convierte para el joven en un espacio para escuchar lo que Dios quiere de su vida? Los que conocen de la vocación dirán que Dios ha puesto en el corazón de cada joven la necesidad de responder a la alegría del amor. Solo de este modo su existencia podrá dar frutos. Yo me pregunto si el padre godínez, el operario, la madre de familia, el estudiante, el conductor, la pareja de enamorados, el adolescente reprendido, entre otros tantos, tienen la necesidad de dar frutos para encontrar sentido a su existencia. Pero dejemos en libertad a cada uno de ellos para que emitan una respuesta propia.

Volviendo al diario del joven misionero, este enfrenta el reto de reconocer la forma concreta en que Dios le llama a vivir la alegría del amor. En este sentido, la reflexión de la experiencia misionera se convierte en un espacio de discernimiento vocacional. Esto consiste en un proceso de diálogo con el Señor para elegir su estado de vida. Se comprende como un caminar en el cual Dios da luces para la elección de una vocación totalmente personal: matrimonio, vida religiosa, orden sacerdotal, por mencionar tres estados elementales. 

¿Cuál es el proceso del joven que enfrenta la misión buscando descubrir el estado de vida al que Dios le invita? ¿Cuál es la experiencia en el corazón de quien ha descubierto la vocación que Dios le invita y vive la misión desde ese estado de vida? ¿Cuál es tu pensamiento y sentimiento al llevar a cabo una misión desde la realidad en que Dios te ha puesto? 

Porque la realidad supera la idea, toda misión exige un diálogo entre la idea y la realidad. Por lo tanto, la idea se elabora, pero la realidad es (EG 231). La realidad iluminada por el razonamiento (EG 232) es la ventana para buscar atender la voluntad de Dios en cualquier estado de vida; en cualquier oficio que se desempeña para llevar el pan a la mesa; o en cualquier misión apostólica. 

De este modo, solo una misión contenida en el amor y atención al prójimo; así como las tareas más cotidianas orientadas al cuidado de quienes amamos, se convierten en el medio para escuchar el llamado de Dios que conduce a la alegría del corazón humano. 

Angel Salvador Martínez Chávez

Seminarista | 1ero. de Teología

01 Abr 2022

El hombre fue creado para habitar en el paraíso, un lugar de brisa fresca al atardecer, para disfrutar de la presencia de Dios y de los hermanos. Sin embargo, todos conocemos esta historia; el hombre corrompió su corazón con el pecado, alejándose de este lugar. Ahora vivimos en un lugar de desierto, poca agua, condiciones de clima extremas, bestias y alimañas peligrosas para nosotros.

Nuestros desiertos pueden ser literales o metafóricos, pero hemos descubierto que Dios nos llama a cruzar, y en ese caminar Dios nos encuentra y nos llama de regreso a Él, a su jardín.

Al imaginarnos en el desierto podemos impactarnos por todos los peligros que pudiese haber,  y es cierto, caminar por el desierto no es fácil, significa sacrificio, esfuerzo y cansancio. Esta es la batalla espiritual, el desierto es la oportunidad de reflexionar sobre nuestra relación con Dios, es un tiempo para detener nuestra vida y preocuparnos por lo que realmente es importante, nuestro corazón.

El desierto nos llama a adentrarnos a nuestro ser y poner los ojos en lo alto, en las realidades espirituales. Cuando la desnudez de un desierto desviste ante nuestros sentidos la frondosidad del mundo material, es entonces que quizá volvamos nuestro corazón a Dios.

¡No temas en caminar por el desierto! Recuerda que cuando Dios encontró a su pueblo “Los encontró en un lugar salvaje, en el terreno baldío de un desierto de aullidos. Los cubrió con su manto, cuidó de ellos, los guardó como a la niña de sus ojos” (Dt 32, 10). Dios te encontrará, cuidará de ti y nunca se separará. Caminar por el desierto es ponerse en marcha a estar junto a Dios, es dejarse encontrar por Él, es saberte pequeño para que Dios te inunde de su gracia.

El desierto es ahora un lugar de renovación, es cierto, son lugares de dudas e incertidumbre, pero también puede ser ocasión de un nuevo renacer como cristiano.

Camina con Cristo, Él nos ha llamado al desierto.

Alfredo Cantú Leal | 2º de Filosofía

15 Oct 2021

HELLO! 1

“Cuando Dios creó al hombre, lo creó a su imagen; varón y mujer los creó” (Gn 1, 27). El ser humano es muchas cosas, pero una certeza que nos da nuestra fe es que no somos una casualidad; ni fuimos resultado de un evento por mero accidente, ni nos aventaron a la existencia. Como dice el libro del Génesis, Dios nos creó a su imagen y semejanza, queriendo decir que, al saberse perfecto, nos piensa con este mismo propósito: “Sean ustedes perfectos, como su Padre que está en el cielo es perfecto” (Mt 5, 48).

Para poder acceder a esta plenitud no se tiene que esperar a la muerte, Dios en su infinita sabiduría y como Padre amoroso que es, sabe de la necesidad que tiene el hombre por conocerle para poder así alcanzar su plenitud. Es por esto que Dios nos dio la capacidad de poder encontrarlo en nuestro interior. A diferencia de lo que nos propone el mundo nuestra plenitud no se encuentra en las cosas exteriores. Es sencillo para el ser humano perderse en lo que ve a su alrededor porque nuestros sentidos son lo más próximo que tenemos, sin embargo a veces se vuelve complicado aventurarse a descubrir lo que hay en el interior. No adentrarnos al corazón nos puede hacer caer en el error de creer que lo terreno es lo único existente. Así como un bebé, antes de nacer, cree que el vientre de su madre es lo único que conocerá. Del mismo modo las cosas del mundo se nos presentan como únicas y grandiosas, sin embargo por más atractivas que parezcan se acabarán, son finitas. Mientras que el propósito al que nos llama Dios es infinito.

Esta llamada que nos hace nuestro Padre es primeramente comunitaria y dentro de ella, personal. Dios Padre conoce la comunión ya que Él es comunión con Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Y ya que fuimos creados a su imagen y semejanza, también somos llamados a vivir la comunión. Dentro de este llamado comunitario encontramos nuestra individualidad, donde Dios nos reconoce como seres únicos: “No temas, que yo te he libertado; yo te llamé por tu nombre, tú eres mío” (Is 43, 1). En esta unicidad, Dios nos pensó con una misión exclusiva; esta vocación para la cual fuimos pensados nos dará nuestra plenitud, nos descubriremos creación e hijos de Dios con una vocación a la cual nos invita, respetando siempre nuestro libre albedrío.

Esta libertad es clave en nuestro llamado. Al habernos entregado el don de la libertad, Dios nunca se contradeciría y nos la quitaría, eso iría en contra de su propia naturaleza, por lo que cuando nos llama siempre lo hace respetando nuestra decisión. Con nuestra respuesta, ejercemos nuestra libertad de elegir, así como muchos lo han hecho de responder o no al llamado que nos hace nuestro Padre, pero es vital enfatizar que nuestra plenitud radica en dicho llamado, nuestra trascendencia a lo terrenal sólo es posible en Dios.

El hombre nunca podrá ser saciado con las cosas materiales, siempre habrá algo en él que le pida más y más, un hambre que nunca acaba ya que se alimenta con cosas pasajeras del mundo. Solamente en Dios; Padre, Hijo y Espíritu Santo es donde podemos ser real y verdaderamente plenos, es Él quién nos ofrece un amor sin fin, una alegría tan grande que ya no habrá mal en el mundo que nos detenga a predicar su Evangelio, y ni el dolor ni la muerte nos podrán callar o detener porque habremos conocido a la Verdad.

Recordemos siempre que fue Dios quien nos amó primero, y su amor fue tan inmenso que nos dio a su Hijo para salvarnos del pecado. Fue Jesucristo nuestro maestro quién nos mostró el amor eterno del Padre, nuestro llamado a permanecer en él y la certeza de que es sólo en Él donde está nuestra alegría completa: “Yo los amo a ustedes como el Padre me ama a mí; permanezcan pues, en el amor que les tengo. Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, así como yo obedezco los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les hablo así para que se alegren conmigo y su alegría sea completa” (Jn 15, 9-10).

Andrés Pedro Hurtado Nevárez
Seminarista | 1ero. de Filosofía

16 Jul 2021

HELLO! 1

Llegó a donde estaba el hombre herido y, al verlo, se conmovió profundamente  (Lc 10, 33).

 

¿Puedes imaginar un modo mejor de ser cristiano? Afortunadamente en torno a nosotros hay algunos que sí, son esos hombres y mujeres que están transformando las cosas alrededor, aquellos que mantienen la llama de la esperanza en los corazones. Si quieres descubrirlos no los encontrarás “dándose la gran vida” sino dando su vida grandemente al servicio de los demás, ¿por qué lo hacen? Ellos experimentan la tranquilidad de ser poseedores de una alegría que no se acaba, pues su fuente es el inagotable amor de Dios y su panorama el horizonte fascinante del Evangelio.

Al leer estas líneas, te invito a que recuerdes los relatos que te han contado sobre el día de tu bautismo, las fotos en donde apareces tú junto con familiares, padrinos y amigos, date cuenta que tu vida ha sido tocada por Dios, que Él ha pronunciado tu nombre, te ha hecho su hijo o hija muy amada, ha salido a tu encuentro.

Y no hace falta que pienses ni en el bien que has hecho, ni en el mal cometido, basta que te abras a la presencia de Dios que lo abarca todo y percibas como hay una luz interior que resplandece en ti cuando reconoces su presencia.

Responder a Dios en la vida es una gracia maravillosa, pues nos permite ser salvados, esto es importante, ya que solo por medio de la amistad con el Señor, como lo dice el Papa Francisco: “somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad; llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero” (Evangelii Gaudium, 8). 

Aceptar la llamada de Cristo es emprender un camino hacia una humanidad plena, pues el ser humano solo con la gracia es que puede realizar actos de amor extraordinarios, al igual que transformar las obras sencillas en portentosas.

No podemos ser ingenuos en pensar que delante de este proyecto de Dios para nosotros no habrá obstáculos. Todos los relatos iniciales de los cuatro Evangelios nos narran, de un modo u otro, como la presencia de Cristo en este mundo es incómoda tanto para personajes poderosos como Herodes, que le persiguieron sin importar sacrificar vidas inocentes, como para la gente común que no le brinda alojo donde nacer “Vino a su propia casa, y los suyos no lo recibieron” (Jn, 11). Sin duda, todos ellos instigados en lo más profundo por el Enemigo, pues sabe que el Señor, así como sus discípulos, harán que los demonios se sujeten en su nombre y a él lo verán caer del cielo como un rayo (Cfr. Lc 10, 8).

De esto modo podemos palpar lo crucial del compromiso que tenemos como cristianos y la relevancia de la obra evangelizadora; nuestra misión no es el anuncio de palabras dulces o ideas bellas, sino la participación en un proyecto de instauración del Reino de Dios en cada una de las personas, es una lucha contra el poder de las tinieblas que si bien ya vencido por Cristo, continúa astutamente arremetiendo contra nosotros.

Las problemáticas de salud, económicas, sociales, ecológicas y espirituales en las que nos encontramos, son una oportunidad para despertar del sueño, de una vida que se nos ha vendido como dedicada al propio contento, entendiendo este como el pasarlo bien o disfrutar del momento. Este tiempo es momento para hombres y mujeres valientes que, con la cruz de Cristo en cuello, apuesten por una vida significativa y virtuosa, esa que por el bien de sus hermanos es capaz de sacrificar lo propio y darse a sí mismo por una causa más alta, la causa del Reino.

Es tiempo de cristianos: laicos, religiosos y sacerdotes, que con responsabilidad y prudencia reformen y no simplemente destruyan o exploten las estructuras que dan identidad y cohesión a las diversas instituciones y la sociedad. Es ocasión de revalorar y defender las raíces que han forjado nuestro semblante como creyentes y como nación, de hacer memoria histórica, de recuperar el concepto de verdad, de cuidar los pequeños, de favorecer un diálogo cara a cara entre amigos y contrarios, del cultivo de la sabiduría, de rescatar el sentido del bello, de lo sublime, es tiempo de orar y de hacer realidad todo esto amando como el Señor nos ha amado.

Al final, el cristiano en lo cotidiano está llamado a ser como el buen samaritano, que después de hacer el bien “se fue” sin esperar reconocimientos ni gratitudes. La entrega al servicio era la gran satisfacción frente a su Dios y a su vida, y por eso, un deber. Todos tenemos responsabilidad sobre el herido que es el pueblo mismo y todos los pueblos de la tierra. Cuidemos la fragilidad de cada hombre, de cada mujer, de cada niño y de cada anciano, con esa actitud solidaria y atenta, la actitud de proximidad del buen samaritano”( Fratelli Tutti, 70).

Todos tenemos un momento en que la puerta a esa vida radical se nos abre y depende de nosotros entrar, todos recibimos esa invitación, pero no siempre se tiene la valentía.  Pero la puerta sigue ahí, esperando y la voz de Dios firmemente llamando, ¿y si te atreves a entrar?

 

Pbro. José Francisco Gallardo Viera.

05 Feb 2021

HELLO! 1

“Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien”.   (Papa Francisco, 2020)

Aún en estos tiempos tan difíciles de pandemia, donde todo se ha vuelto caótico, es increíble que Dios sigue llamando trabajadores a sus mies, y, aún más sorprendente es el hecho de que hombres valientes se deciden a adentrarse en la aventura de la fe, respondiendo de manera positiva al llamado que nos hace El dueño de las mies. En medio de esta crisis que estamos viviendo como sociedad, sigue habiendo jóvenes y hombres valientes que deciden renunciar a las seducciones del mundo para formarse y transfigurarse con Cristo, con Áquel que los ha llamado; hacen a un lado a su familia, sus pertenencias, sus metas y aceptan llevar a buen término el plan que Dios ha designado para ellos. Aceptan ese sacrificio por amor a los hombres y a su Creador.

Pero, en realidad, ¿Vale la pena ser sacerdote? La respuesta es Sí, no vale solamente la pena, vale la vida, vale renunciar a todo por ser partícipe del sacerdocio ministerial de Cristo, vale la vida entregarse en su totalidad a la iglesia, que hoy en día está tan fracturada y herida, que necesita de ese espíritu libre de los que se sienten invitados a esta maravillosa vocación, que necesita de personas que se desvivan por la “edificación del cuerpo de Cristo, que exige funciones diversas y nuevas adaptaciones, principalmente en estos tiempos”. (San Juan Pablo II, 1992).

En estos tiempos en importantísimo que estemos dispuestos a aceptar los cambios y adaptarnos a la nueva realidad que nos toca vivir, hay que buscar nuevas alternativas para seguir con la tarea de la edificación de la iglesia. Hoy mientras se cierran los templos y se limita la convivencia física, se han abiertos miles de templos en cada uno de los hogares católicos, se acrecentó la fe y la confianza en Dios.  También, hemos descubierto nuevas formas de estar relacionados mediante las redes sociales, mediante el internet,  hay que ser cyber-apóstoles y valernos de esta herramienta para continuar con esta labor de compartir la Buena Nueva y construir el Reino de los cielos desde aquí.

El mundo hoy más que nunca necesita pastores que sosieguen el rebaño que El Buen Pastor les ha encomendado, que acarreen a las ovejas por la senda de vida, hoy, en estos días que la humanidad sufre de inestabilidad, soledad, preocupaciones, crisis, y es por eso que día a día nos seguimos entregando a la voluntad del Señor porque el mundo nos necesita. Necesita de ese amor que nosotros queremos ofrecerle, necesita personas que se hagan prójimas a sus necesidades, a sus aflicciones, ofreciendo su vida como lo hizo Jesús en el suplicio de la cruz. Cuando alguien se siente amado por Dios, siente la necesidad de compartir ese amor con los demás y más aún, vivir ese amor. Y es por eso que nosotros entregamos nuestras vidas para servir a la Iglesia que se nos ha sido conferida.

 

Ramsés Gpe.Ortiz Zamarrón

Seminarista | 2do de preparatoria

REFERENCIAS

FRANCISCO. (2020). Fratelli Tutti. Ciudad del Vaticano: Buena Prensa.

JUAN PABLO. II (1992). Pastores Dabo Vobis. Cuidad del Vaticano: Buena Prensa.

 

 

15 Nov 2020

HELLO! 1

Las Sagradas Escrituras es una fuente enriquecida con el testimonio de hombres y mujeres a los que Dios llamó y eligió para formar parte de su proyecto de salvación. No eran personas extraordinarias, ni gente diferente a las personas de su tiempo, eran personas que trabajaban, formaban parte de una familia, cuidaban el ganado, eran parte de una cultura; sin embargo, en un momento determinado de su vida, Dios los llamó desde lo que estaban viviendo, a una misión concreta, y es a partir de este momento que empiezan a vivir y a participar de ésta gran experiencia que se llama vocación.

Un ejemplo de éstos hombres que las Sagradas Escrituras nos relata lo encontramos en Abraham, una historia muy elocuente de la revelación de Dios hacia el hombre, pero sobretodo de alguien que al haber sido llamado por Dios, no solamente responde; sino que lo hace depositando toda su confianza en Él y no vacila al comprender, que el llamado que Dios le hizo, exigía romper esquemas. En tiempos de Abraham, la pertenencia al grupo social, sus tradiciones y sus costumbres era algo muy significativo, de manera que, al separarse o abandonar el seno familiar, el estatus social al que pertencía, sobretodo Abraham, que era una figura en sus tiempos de prestigio y posición social importante, no era bien visto y que podía tener consecuencias negativas, sobretodo para su familia.

En medio de éstos factores sociales y culturales en la que estaba envulto Abraham, probablemente hubo quienes trataron de impedir que hiciera caso a la invitación que Dios le había hecho, a que desistiera de esa “locura” de dejar todo lo que poseía, su familia y sus pertencias, solo para ir a las tierras donde Dios lo necesitaba (Gn 12,1). No obstante, Abraham no se ve ni se siente intimidado por eso, hay algo que lo movió y lo impulsó a tomar esa gran decisión de seguir al Señor, y todo lo que eso implicaba, y eso que lo motivó se llama confianza. Abraham es grande por haber confiado en Dios, y esto lo llevó a obedecerlo, dándonos una gran lección de que, quien se fía del Señor, da pasos seguros en su vida, en sus decisiones, y que de quien se empeña por cumplir la voluntad de Dios, no queda defraudado (Gn 12, 2). El Señor es generoso y nunca deja sin recompensa al que se abandona en Él.

Todos hemos sido llamados a participar de un proyecto que Dios tiene preparado para cada uno de nosotros. Y así como Abraham y otros hombres y mujeres de la Biblia, también hemos sido elegidos desde un ambiente social, cultural, familiar, bajo un gobierno, etc. y desde ahí, desde esas circunstancias, el Señor nos habla y hay que responderle con prontitud, abandonándonos plenamente en sus designios. Probablemente encontremos también obstáculos que nos dificulten el camino que Dios nos está mostrando, pero debemos de estar conscientes de que Dios no abandona al hombre que no duda de los planes que el Señor tiene para él y que lo va a proveer de lo necesario para responder al llamado.

Dejemos que la voz de Dios siga resonando en nuestro interior, poniendo nuestro futuro y proyectos en sus manos. El hombre que confía y obedece al Señor se convierte en bendición para los demás.

Aldo de Jesús Hernández Hernández
3ero. de Filosofía

29 Ene 2019

HELLO! 1

El Señor desde el seno materno me llamó;
desde las entrañas de mi madre recordó mi nombre Isaías 49,1

La vocación es un llamado, el simple hecho de que Dios nos haya creado quiere decir que hemos sido llamados, que nuestra vida tiene un propósito, que debemos reflejar a Dios cada quien a nuestra manera; puesto que fuimos hechos a su imagen y semejanza.

Descubrí esta profunda verdad en un retiro vocacional, al cual me invitó mi mejor amiga de la preparatoria. En ese retiro entendí que Dios me amaba infinitamente y me conocía perfectamente, así que Él sabría qué era lo mejor para mí, y teniendo esa certeza me atreví a hacerle la pregunta más importante de mi vida: Señor ¿Qué quieres de mí?

Esta pregunta cambió muchas cosas en mi vida, para empezar cambió mis prioridades, mis planes a futuro. Lo único que ahora importaba era descubrir el plan que Dios tenía para mí.

Les confieso que tenía miedo a que Dios quisiera algo que yo no quisiera, pero con el tiempo descubrí que Dios va haciendo que nos enamoremos del llamado que nos hace, y que a pesar de que el camino de descubrir la propia vocación está lleno de incertidumbres, Dios va dando pequeñas certezas que al corazón le bastan para seguir respondiendo.

La vocación es siempre una aventura, es caminar a veces a oscuras teniendo la certeza de que Dios va guiando y afianzando nuestros pasos.

Hace ya casi 6 años de que entré al Seminario, y les puedo decir, que han sido los mejores años de mi vida. La vocación es un maravilloso regalo de Dios que nos permite vivir auténticamente, vivir en plenitud.

André Alejandro Múzquiz Salazar.
Primero de Teología.