22 Oct 2021

HELLO! 1

“El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar” (Catecismo de la Iglesia Católica n. 27).
En el principio, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, en un acto libérrimo de amor, en el sexto día, para coronar su creación a la cuál miró buena (Cf. Gn. 1, 26-31). De lo anterior, ¿qué implica el ser creados a “imagen y semejanza” de Dios?

Implica ser seres únicos, racionales y libres, no solo se refiere a cualidades espirituales, sino que Dios mira bueno al hombre y a la mujer en su integridad; no solo el cuerpo o el espíritu, sino en toda su persona (Catecismo de la Iglesia Católica n. 362). No es el ser humano una simple imagen, es una persona que contiene toda una dignidad; aunque es un ser “inferior a los ángeles”, al mismo tiempo es un ser que fue “coronado de gloria y dignidad” a quien Dios le concedió el dominio sobre “las obras de sus manos” (Cfr. Sal. 8). Dios es entonces el marco de referencia del hombre, pues la dignidad del hombre remite siempre a la dignidad del Creador.

Sin embargo, ¿por qué el hombre cayó en el pecado? Un solo acto de desobediencia causó una catástrofe terrible en nuestra realidad. Toda la santidad y la justicia con la que fue dotada el ser humano se deterioró gracias a la desobediencia de un hombre. ¿Cuál fue la causa?

“El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su creador (cfr. Gn 3,1-11) y, abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de Dios” (Catecismo de la Iglesia Católica n. 397). El hombre con el pecado hirió su dignidad, entró la corrupción (la muerte) y la amistad con Dios se debilitó. Desobedeció a Aquél que le creó y le tendió la mano. El pecado es, entonces, algo más que la simple carga moral, sino que es algo en contra de la misma identidad y dignidad que nos confirió Dios al momento de la creación, además que es un insulto a la misma amistad que nos ha ofrecido.

“Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Cfr. Rm 5,20). Recordemos una cosa: el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. Dios, desde el principio, ha buscado la amistad del hombre para hacerlo participar de su gloria. ¿En qué consiste esta amistad con Dios? Rememoremos la frase del principio: “El deseo de Dios está inscrito en el hombre”. Esta amistad implica regresar a Él, es volver a la santidad del primer comienzo. Entonces, el deseo que Dios ha inscrito en nuestros corazones es su voz que nos llama a la santidad: la bienaventuranza. La cura del pecado es la gracia, pero no es por sí misma, sino que es por la gracia que recibimos “por la obediencia de uno solo” (Cfr. Rom. 5, 19).

La amistad con Dios se ha restablecido gracias a los méritos de Cristo, gracias a su pasión, muerte y resurrección. Cristo, su Hijo, que se hizo como nosotros, no solo para restablecer nuestra dignidad herida, sino para llegar a ser como Él es, ser santos.

La santidad no solo son virtudes heroicas o altares y estampitas, sino que es algo más profundo, es aceptar la invitación diaria que Dios nos hace a ser sus amigos, a participar de su gloria transformando lo ordinario de la vida en algo extraordinario. Es participar de la gracia obtenida por nuestro Amigo, que con su obediencia nos enseña a ser obedientes al Padre. Como es un llamado universal este no se limita a los que son consagrados, sino que es un deseo que todo ser humano tiene. Nadie está exento de esta vocación, la vocación no se limita a una profesión, sino que es (como su etimología lo dice) un llamado. Seamos capaces de decir algún día: ¡Pídeme, Señor, lo que quieras y dame lo que necesito!

Gerardo Antonio de León Pecina
Seminarista | 1ero. de Filosofía

15 Oct 2021

HELLO! 1

“Cuando Dios creó al hombre, lo creó a su imagen; varón y mujer los creó” (Gn 1, 27). El ser humano es muchas cosas, pero una certeza que nos da nuestra fe es que no somos una casualidad; ni fuimos resultado de un evento por mero accidente, ni nos aventaron a la existencia. Como dice el libro del Génesis, Dios nos creó a su imagen y semejanza, queriendo decir que, al saberse perfecto, nos piensa con este mismo propósito: “Sean ustedes perfectos, como su Padre que está en el cielo es perfecto” (Mt 5, 48).

Para poder acceder a esta plenitud no se tiene que esperar a la muerte, Dios en su infinita sabiduría y como Padre amoroso que es, sabe de la necesidad que tiene el hombre por conocerle para poder así alcanzar su plenitud. Es por esto que Dios nos dio la capacidad de poder encontrarlo en nuestro interior. A diferencia de lo que nos propone el mundo nuestra plenitud no se encuentra en las cosas exteriores. Es sencillo para el ser humano perderse en lo que ve a su alrededor porque nuestros sentidos son lo más próximo que tenemos, sin embargo a veces se vuelve complicado aventurarse a descubrir lo que hay en el interior. No adentrarnos al corazón nos puede hacer caer en el error de creer que lo terreno es lo único existente. Así como un bebé, antes de nacer, cree que el vientre de su madre es lo único que conocerá. Del mismo modo las cosas del mundo se nos presentan como únicas y grandiosas, sin embargo por más atractivas que parezcan se acabarán, son finitas. Mientras que el propósito al que nos llama Dios es infinito.

Esta llamada que nos hace nuestro Padre es primeramente comunitaria y dentro de ella, personal. Dios Padre conoce la comunión ya que Él es comunión con Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Y ya que fuimos creados a su imagen y semejanza, también somos llamados a vivir la comunión. Dentro de este llamado comunitario encontramos nuestra individualidad, donde Dios nos reconoce como seres únicos: “No temas, que yo te he libertado; yo te llamé por tu nombre, tú eres mío” (Is 43, 1). En esta unicidad, Dios nos pensó con una misión exclusiva; esta vocación para la cual fuimos pensados nos dará nuestra plenitud, nos descubriremos creación e hijos de Dios con una vocación a la cual nos invita, respetando siempre nuestro libre albedrío.

Esta libertad es clave en nuestro llamado. Al habernos entregado el don de la libertad, Dios nunca se contradeciría y nos la quitaría, eso iría en contra de su propia naturaleza, por lo que cuando nos llama siempre lo hace respetando nuestra decisión. Con nuestra respuesta, ejercemos nuestra libertad de elegir, así como muchos lo han hecho de responder o no al llamado que nos hace nuestro Padre, pero es vital enfatizar que nuestra plenitud radica en dicho llamado, nuestra trascendencia a lo terrenal sólo es posible en Dios.

El hombre nunca podrá ser saciado con las cosas materiales, siempre habrá algo en él que le pida más y más, un hambre que nunca acaba ya que se alimenta con cosas pasajeras del mundo. Solamente en Dios; Padre, Hijo y Espíritu Santo es donde podemos ser real y verdaderamente plenos, es Él quién nos ofrece un amor sin fin, una alegría tan grande que ya no habrá mal en el mundo que nos detenga a predicar su Evangelio, y ni el dolor ni la muerte nos podrán callar o detener porque habremos conocido a la Verdad.

Recordemos siempre que fue Dios quien nos amó primero, y su amor fue tan inmenso que nos dio a su Hijo para salvarnos del pecado. Fue Jesucristo nuestro maestro quién nos mostró el amor eterno del Padre, nuestro llamado a permanecer en él y la certeza de que es sólo en Él donde está nuestra alegría completa: “Yo los amo a ustedes como el Padre me ama a mí; permanezcan pues, en el amor que les tengo. Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, así como yo obedezco los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les hablo así para que se alegren conmigo y su alegría sea completa” (Jn 15, 9-10).

Andrés Pedro Hurtado Nevárez
Seminarista | 1ero. de Filosofía

22 Ene 2021

HELLO! 1

Cuando en el apostolado tengo la oportunidad de compartir con los niños algún tema del catecismo suelo preguntarles si dentro de sus deseos se encuentra el de ir al cielo, y me llena de gusto que con mucha alegría levanten su mano y digan: ¡sí, profe, yo quiero ir al cielo! Qué digno de admiración es su deseo por alcanzar un día aquello que tanto se les ha dado a conocer como el lugar en el que se está con Dios y se es feliz. ¡Qué grande es su esperanza!

En mi formación como seminarista he aprendido (aunque poco) y tomado gusto por la música y, para explicar de una forma un poco más sencilla nuestro “ser esperanza” para los demás, me atreveré a hacer una analogía entre una pieza musical y nuestra labor como agentes que animan y llevan a los demás un mensaje de esperanza en Dios en tiempos difíciles.

Para que la pieza musical logre hacer sentir en el corazón de las personas lo que el autor en su creación quiso expresar, es necesario que todos y cada uno de los elementos que con detalle la conforman, así como su ejecución, se lleven a cabo en tiempo y forma. Si durante su ejecución, el número de instrumentos no se encuentra balanceado o alguno de ellos está desafinado, quien lo toca no lo hace de acuerdo con la partitura o se escucha ruido entre el público, no será posible apreciar en su totalidad lo que busca trasmitir.

Pensémonos como aquellos músicos que están por ejecutar esa bella pieza. Para hacerlo requieren de una previa e intensa preparación, de un deseo por dar a conocer a través de su trabajo lo que la obra quiere decir, de demostrar que; aunque en los ensayos se equivocaron una y otra vez y que en su vida ordinaria hubo situaciones que los desanimaban para seguir adelante, se encuentran ahí de pie, listos y firmes para su ejecución. Pensemos en la necesidad que tiene el mundo, que hoy se encuentra en una situación muy difícil, de que llevemos esperanza, de que sepa que a pesar de las muertes que hay, de las situaciones de pobreza, las enfermedades, el sufrimiento, la perdición, Dios permanece siempre a su lado.

Todos formamos parte de esta obra maestra que ha hecho Dios con nosotros, pero porque lo conocemos tenemos la responsabilidad de llevar la promesa que nos ha hecho de permanecer junto a nosotros a todos aquellos que hoy lo necesitan más que nunca, así como de prepararnos humana y espiritualmente para ello. La obra musical no se escuchará igual si falta el más pequeño de sus elementos, la obra de Dios necesita de ti. Hagamos un gran esfuerzo para que este concierto que llamamos vida suene como una melodía creada y dirigida por Dios.

 

Luis Carlos Solís Garza

3ero de Filosofía

05 Sep 2020

HELLO! 1

Si un árbol se cae en un bosque donde no hay quien lo escuche, ¿hace ruido? Independientemente de la respuesta, lo seguro es que, en aquella situación no importa si lo hace o no, ya que el ruido, suceda o no, no tiene significado porque nadie le ha escuchado. De este modo, sería lo mismo si el árbol cayera en un lugar donde hubiera alguien que percibiera el ruido, pero no le diera importancia. Y sería semejante, a si alguien hablara con otros que no dieran importancia a lo que él desea expresar. Entonces, ¿qué diferencia tendrían un árbol que cae, un hombre hablando por teléfono o una mujer enferma pidiendo auxilio si nadie les escuchara? ¿Qué importa lo que suceda si no hay quien escuche?

El filósofo alemán, Martin Heidegger, consideró fundamental en la existencia humana el “comprender”, formado en parte por el “escuchar”, pues escuchando, el hombre puede manifestarse abierto a la realidad. Por otro lado, la habladuría o verborrea determina el conocimiento y hace pensar que ya se sabe todo, sin dar posibilidad al aprendizaje y al crecimiento. Dejar de escuchar para solamente hablar, es cerrarse a las posibilidades más extraordinarias que tenemos como personas.

Comprendemos que la escucha se extiende más allá de la habilidad fisiológica de la percepción auditiva, y es más bien una facultad interna que da sentido y significado a nuestras percepciones. Así, cuando diálogo con alguien, más que oír sonidos emitidos por la boca del otro, lo que escucho es su interior. El otro nos muestra algo de lo que piensa, de lo que siente, de lo que él es. Y si esa persona habla, es para ser escuchada, su intención es encontrarse conmigo y a la vez espera que responda, es decir, que le comparta parte de mi interior.

Escuchar, entonces, no solo permite relacionarnos con la realidad externa, como con los objetos a nuestro alrededor, o los bellos paisajes naturales; sino que también descubre el interior del corazón, en las emociones y sentimientos o en las voces de la conciencia. Y, aunque no podemos responder sobre la diferencia entre lo que es parte de nosotros y lo que no, la escucha lo abarca todo, y le da sentido a todo. El que escucha es capaz de conocer, percibir y trascender sobre aquello que percibe.

Aquella trascendencia se efectúa al experimentar la belleza que rodea lo externo, con el criterio interno, con nuestro subjetivo gusto estético. Así, lo más excelso y bello se nos aparece en la unión entre lo mío y lo otro, entre lo que soy y lo que no: una melodía melancólica en un día lluvioso, una bebida caliente durante un día frío o la lectura de un poema que trastoque mis emociones. Todas ellas son realidades externas, que al ser escuchadas, se asimilan en experiencias muy humanas y profundas.

Así, cuando escuchamos entendemos algo nuevo, sin importar que se oiga lo mismo. Ello se debe a que el lenguaje humano es ilimitado, es decir, puede extenderse indefinidamente. El arquetipo se da cuando participamos en una celebración litúrgica- como la Eucaristía- donde oímos lo mismo, las mismas palabras, los mimos ritos, las mismas posturas, etc. pero en cada celebración se entiende algo nuevo del misterio de Dios. Así también un joven que descubre su misión de vida formando una familia, comprende esta desde el comienzo, pero la renueva con cada día, con cada experiencia al lado de su pareja, con sus hijos, con sus problemas y alegrías ordinarias y extraordinarias. El hombre le da sentido a las cosas que le rodean solo si es capaz de escuchar.

No podemos concluir sin mencionar que al escuchar y dar sentido a todo, es inevitable caer en cuenta que hay un sentido primario, un significado que da sentido a todas las cosas. Es el significado que da significado, lo que escuchamos que nos escucha, dando orden y sentido a todo: Dios como la realidad última que nos muestra el sentido de todo. Escuchando a Dios, entendemos lo oculto, y se hacen nuevas todas las cosas, especialmente en el misterio de la cruz. Solo hace falta prestar atención y escuchar.

Sergio Mendoza González
3ero. de Filosofía

15 Feb 2020

La vocación a la vida consagrada, es fruto del amor, de la oración, de la fe transmita en la comunidad de familia, amigos, grupos de apostolado, parroquia. Cada espacio en el que se vive y fomentan los valores cristianos del Evangelio, es tierra fértil en la que nacen vocaciones al sacerdocio.

Los seminaristas necesitan de nuestro apoyo económico y nuestra oración, para continuar con su formación al sacerdocio. Por eso, durante el mes de Febrero, visitan las parroquias de la Arquidiócesis de Monterrey para solicitar su colaboración en nuestra «Colecta Anual».

Éste año, la Colecta Anual se realizará los días 15 y 16 de Febrero, en las zonas de la 1 a la 6, y los días 22 y 23 de Febrero, en las zonas de la 7 a la 13. Todo lo recaudado, es destinado a la manutención y formación académica de los seminaristas.

Recibimos donativos en efectivo o vía electrónica. En algunas parroquias del área metropolitana, habrá personal del Seminario de Monterrey debidamente identificados, recibiendo su donativo vía electrónica.

Si te encuentra con algún seminarista, salúdalo, pídele que te cuente cómo se dio cuenta qué quería ser sacerdote. Su camino de elección no es fácil, pero los lleva a encontrar la plenitud entregando su vida a Dios.

Febrero, mes del Seminario, y tiempo de agradecer a cada uno de ustedes, su oración y su amor.

24 Oct 2019

HELLO! 1

No hay nadie que no quiera ser feliz, de hecho, todo lo que hacemos es con el fin de obtener la felicidad. El deseo de ser felices es algo natural en todos los seres humanos.

El ser humano siempre busca la obtención de bienes para satisfacerse, y los hay de toda clase. Podemos distinguir una escala de bienes: desde los más efímeros y básicos como el placer (alimento, descanso, placer sexual, ocio, etc.) el tener (posesiones materiales, empleo, salud, vivienda, etc.) y el poder (estima, reconocimiento, éxito, autoridad, etc) que son deseos instintivos de todo ser humano. Los buscamos en todo momento. Pero parece que no nos bastan ellos para sentirnos felices, pues estos bienes pueden estar ausentes. Podemos tenerlos, pero se nos escapan, un día nos sentimos bien (con placer) y al siguiente, nos sentimos mal; podemos poseer cosas materiales pero también perderlas; podemos ser reconocidos y aplaudidos, pero en el instante siguiente podemos ser humillados. Esto nos lleva a pensar que debemos ir tras otra clase de bienes más profundos y que le dan más sentido a la existencia.

El segundo escalón serían los bienes referentes a la realización de la persona, que pueden verse expresados en diferentes ámbitos. Por ejemplo, en los bienes conocidos como familia, amigos, afecto, intimidad, en los cuales una persona puede compartir su vida con personas de manera especial y única. Descubrimos que este bien es superior a los bienes primeros. Están también aquí, los bienes concernientes a la autorrealización. El ser humano busca su perfección propia, por eso busca superarse, llevar una vida de acuerdo a sus ideales morales, intelectuales y sociales. La búsqueda del ideal de sí mismo suele ser a veces frustrante, sobre todo cuando descubrimos que no siempre somos capaces de lo que soñamos. La paz del corazón nos es arrebatada cuando perdemos a un ser querido o cuando lo que hemos construido a lo largo de nuestra vida se ve destruido.

Es aquí donde descubrimos la cruda realidad de que encontrar la felicidad perfecta, parece ser sólo un utopía. Puede ser una postura bastante pesimista, pero es evidente que los bienes que tenemos, y en los cuales nos sentimos seguros y en paz, puede sernos arrebatados, podemos perderlos. Desde un bien material o un placer, hasta la persona que más amo. Podemos llegar a perder el sentido del ¿Qué hago aquí?, ¿Cuál es el objetivo de todo esto? ¿Para qué existo?

El Catecismo de la Iglesia Católica dice que el deseo de felicidad es “de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer.” (CIC 1718) Existen muchos bienes, pero el Bien, el más excelso bien y el que le da más sentido a nuestro ser y que hacer en la vida, es Dios, autor de todos los demás bienes. Ya lo expresaba san Agustín acertadamente: “Nos creaste Señor, para ti, e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en ti.” (Confesiones I, 1). Este estar inquieto del que habla san Agustín, es un estado de búsqueda, pero una búsqueda acompañada de aflicción e incertidumbre. Es la falta de paz en el corazón, la falta de descanso. Si el descanso lo encontraremos hasta que estemos en Dios, podemos concluir que sólo en la vida eterna podremos poseer la felicidad perfecta. El estado de inquietud también puede sentirse reflejado en el querer ya gozar de la presencia total de Dios, demostrado por muchos santos. Santa Teresa de Jesús exclamaba: “Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero, que muero porque no muero.”

Ahora bien, no podemos simplemente sentarnos a esperar que llegue el día de nuestra muerte, para ser felices. La felicidad es algo que exige al ser humano esforzarse y actuar desde ahora, desde hoy. Sabemos que podemos buscar a Dios desde ahora, y encontrarlo en la oración, en los sacramentos, en la creación y en los hermanos, en especial en los más necesitados de nuestra amorosa ayuda. Es por eso que nuestra inquietud no puede reflejar sólo tristeza y aflicción.

Quien se ha encontrado con Jesús es una persona que contempla la vida de una manera muy diferente. A pesar de que no podemos ignorar que tenemos sufrimientos y pesares, quien se siente amado por Dios refleja siempre la alegría fundada en la esperanza de que podemos ser felices no sólo en la vida eterna, sino desde ahora. Es el Emmanuel, el que está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 19). Es un Dios vivo que camina con nosotros, y si Él vive eso es garantía de que podemos ser felices, podemos encontrar descanso en Él. Podemos saber que nuestros cansancios y sufrimientos servirán de algo. “Entonces podemos abandonar los lamentos y mirar para adelante, porque con Él siempre se puede. Esa es la seguridad que tenemos. Jesús es el eterno viviente.” (Christus Vivit n. 127)

El seguidor de Cristo debe saber que Jesús vino al mundo no para erradicar el dolor, sino para darle sentido y llenarlo con su presencia. En consecuencia vive la alegría del Evangelio, esa Buena Noticia: Dios nos ama y nos ha dado a su Hijo para salvación nuestra. Esta Noticia llena el corazón y la vida entera de los que se han encontrado con Jesús. Quienes se dejan salvar y amar por Él, son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. (Cfr. Evangelii Gaudium n.1)

Ismael de la Torre Acosta
1ero. de Teología

13 Sep 2019

HELLO! 1

Conforme «la palabra de Dios crecía, el número de discípulos se multiplicaba» (Hch 6, 7a) y la fe se esparcía por las naciones, el pueblo, habiendo escuchado el mensaje y testimonio de Cristo por parte de los Apóstoles y sus discípulos, se vio en la necesidad de contar con más hombres «llenos de Espíritu y de saber» (Hch 6, 3b), que fueran «partícipes de la misión y gracia de Cristo» (LG, 41) y asumieran diversas actividades para el bien de las nacientes comunidades cristianas. Por ello, los Doce decidieron instituir, mediante la oración y la imposición de las manos, a siete hombres capaces de entregar su vida al servicio de los demás. A esos hombres ahora los conocemos como diáconos.

Hoy en día, al igual que las primeras comunidades cristianas, el mundo necesita de personas que dediquen plenamente su vida en darle a conocer el rostro de Jesús misericordioso. El sábado 7 de septiembre, fuimos testigos de un acontecimiento sumamente significativo: cinco hermanos que dieron de nuevo el “sí” a Dios, fueron ordenados diáconos para el servicio de la Iglesia de Monterrey.

En la misa de ordenación, nuestro Arzobispo, Mons. Rogelio Cabrera, dio un emotivo y profundo mensaje sobre la significativa labor que realizan los diáconos en las comunidades en las que les compete participar. Ellos están llamados a ser imagen de Cristo en un mundo tan alejado de él, a ser «puente que une realidades que parecen distantes», a «conectar el evangelio con la vida, el templo con la calle, la mesa de la Eucaristía con la de los pobres», expresó.

Así mismo, exhortó a la comunidad a ser, junto con nuestros hermanos, servidores de los demás, a colaborar en la misión permanente que Cristo nos ha encomendado de llevar esperanza a los pobres, virtud que nos hace orientar nuestras acciones al amor, caminar junto con ellos y así dirigir nuestra mirada anhelando la eternidad que nos tiene preparada.

El Seminario de Monterrey se une a la alegría de nuestros hermanos diáconos, así como a la oración por el ministerio que se les ha encomendado. Pedimos a Nuestra Señora del Roble que interceda por ellos, los cubra con su manto y que Dios nuestro Señor llene de gracia sus corazones, los motive a seguir colaborando en la construcción de su Reino aquí en la tierra, recordando que de su mano «es posible amar, es posible esperar y es posible creer».

Luis Carlos Solís G.
2do. de Filosofía

29 Ene 2019

HELLO! 1

El Señor desde el seno materno me llamó;
desde las entrañas de mi madre recordó mi nombre Isaías 49,1

La vocación es un llamado, el simple hecho de que Dios nos haya creado quiere decir que hemos sido llamados, que nuestra vida tiene un propósito, que debemos reflejar a Dios cada quien a nuestra manera; puesto que fuimos hechos a su imagen y semejanza.

Descubrí esta profunda verdad en un retiro vocacional, al cual me invitó mi mejor amiga de la preparatoria. En ese retiro entendí que Dios me amaba infinitamente y me conocía perfectamente, así que Él sabría qué era lo mejor para mí, y teniendo esa certeza me atreví a hacerle la pregunta más importante de mi vida: Señor ¿Qué quieres de mí?

Esta pregunta cambió muchas cosas en mi vida, para empezar cambió mis prioridades, mis planes a futuro. Lo único que ahora importaba era descubrir el plan que Dios tenía para mí.

Les confieso que tenía miedo a que Dios quisiera algo que yo no quisiera, pero con el tiempo descubrí que Dios va haciendo que nos enamoremos del llamado que nos hace, y que a pesar de que el camino de descubrir la propia vocación está lleno de incertidumbres, Dios va dando pequeñas certezas que al corazón le bastan para seguir respondiendo.

La vocación es siempre una aventura, es caminar a veces a oscuras teniendo la certeza de que Dios va guiando y afianzando nuestros pasos.

Hace ya casi 6 años de que entré al Seminario, y les puedo decir, que han sido los mejores años de mi vida. La vocación es un maravilloso regalo de Dios que nos permite vivir auténticamente, vivir en plenitud.

André Alejandro Múzquiz Salazar.
Primero de Teología.

22 Nov 2016

HELLO! 1

Por: Edgar del Río, seminarista (T2)

La Iglesia, en su sabiduría, va mostrando en su caminar los diversos tiempos importantes para meditar cierta realidad de los misterios de Dios. Así mismo, nos invita como Madre y Maestra a meditar sobre realidades que necesitan abarcar más nuestra oración y nuestra reflexión, para tratar de profundizar en el misterio del cual nos refiere alguna característica de Dios.

Este año la Santa Madre Iglesia, a través del Papa Francisco, nos invitaba a dejarnos inundar en el amplio tema de la misericordia, ya que existen momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia, para poder ser también, nosotros mismos, signo eficaz del obrar del Padre (cf. MV 3).

Sin duda alguna en este tiempo, con la aplicación de esta Bula, se presentó la oportunidad de que el mensaje dirigido a la Iglesia Universal tuviera su aterrizaje a nivel Arquidiocesano.

La apertura de puertas santas de las basílicas y algunas parroquias, encabezaba el elemento pastoral que refería a la Gracia de Dios manifestada en esa Iglesia de puertas abiertas que el mismo Papa ha marcado constantemente.

También se realizaron diversas jornadas de reconciliación sacramental en cada uno de los decanatos de nuestra Arquidiócesis. Así mismo surgieron diversos esfuerzos eclesiales por hacer más palpable la misericordia de Dios, con acciones muy concretas acercándose a aquellos hermanos nuestros que son más vulnerables, y necesitaban experimentar la ternura de Dios.

El camino de la Misericordia se inicia con este año jubilar, porque nos ayuda, como Iglesia, a descubrir la gratuidad de Dios para con cada persona, ya que es un Dios que viene a salvar y no a condenar.

El compromiso que como Iglesia nos lleva este año de la misericordia, debe ser en todas las líneas de acción pastoral, como claramente se ve reflejado en el Plan de Pastoral Orgánico de nuestra Arquidiócesis, ya que se utiliza dentro de la metodología el “mirar misericordioso”, es así como podemos lograr ver la realidad con la mirada misericordiosa del Padre.

Que la gracia abundante derramada sobre este año nos impulse a seguir caminando y creciendo en la ayuda mutua y desinteresada de hacer cada vez más real esa experiencia del Dios de Amor y Misericordia que nos refleja Jesús para ser así misericordiosos como el Padre.