23 Feb 2024

HELLO! 1

«Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero», le dice Pedro a Jesús resucitado, un diálogo en el que el Señor le pide apacentar su rebaño (cfr. Jn 21, 17). Por una parte, es una frase que, desde una interpretación muy personal, evoca la sabiduría de un Dios que conoce lo más íntimo del corazón del hombre (cfr. Sal 138) y, por otra parte, es para mí, una expresión de humildad que me hace mirar cuan misericordioso ha sido el Señor conmigo y la confianza con que me llama, conociendo lo más íntimo de mi corazón, a apacentar su rebaño.

Soy el diácono Marco Antonio, actualmente estoy cursando el cuarto año de la etapa de Configuración o Teología como quizá muchos la conocen, estoy en la etapa final de la formación inicial. Soy originario del estado de Veracruz, un pueblito llamado Chontla y enclavado en la sierra de Otontepec. Nací en una familia de diez hermanos (cinco hombre y cinco mujeres), de los cuales soy el penúltimo. Mis papás don Jorge, que en paz descanse, y mi mamá, doña Juanita como la llaman en el pueblo, fueron quienes inculcaron en mí el servicio en la Iglesia, un matrimonio de más de sesenta años que sirvieron durante muchos años en la parroquia del pueblo, en el coro, dando catecismo, platicas presacramentales, acompañando matrimonios, adoración nocturna, entre otros grupos a los que pertenecieron. Fue este ejemplo, sin duda, el que desde muy pequeño marcó no solo mi vida de fe, sino también mi vida vocacional, pues eso me permitió tener contacto con varios sacerdotes que desde que tengo uso de razón me invitaban a la vida sacerdotal.

Desde muy pequeño, me llamó la atención el servicio en la Iglesia, fui monaguillo desde los cinco años, se podría decir que crecí en la parroquia, no solo por el servicio al altar, también porque me gustaba estar en la Iglesia. Disfrute mucho de acompañar a los padres a oficiar Misa en las comunidades, que, dicho sea de paso, tuve la oportunidad de visitar algunas el pasado diciembre, ahora como diácono, a hacer celebraciones, fue una experiencia bastante grata. Debo reconocer que desde que estaba de monaguillo llamo mi atencion la figura sacerdotal, recuerdo como me gustaba y admiraba a los padres cuando celebraban Misa y cuando estaba en casa, repetía las palabras que el padre decía. ¡Sí! Fui uno de los que de niño jugaban a celebrar Misa, le daba la comunión a mi hermana y a mis primos remojando una galleta en una taza de café.

Para no extenderme tanto, después de haber estudiado una ingeniería y una maestría, y de estar laborando en una empresa por once años, llegué a Monterrey como gerente de una planta nueva de la empresa en la cual trabajé. Y estando aquí, aquella inquietud que desde niño, Dios había puesto en mí, y que por algunos años parecía haber estado dormida… despertó. Gracias en parte a la convivencia con algunos padres y seminaristas; pero, en definitiva, gracias a la necesidad que  veía en los enfermos y en los más necesitados, Dios me recordó el sueño que de niño había puesto en mi corazón. No fue una decisión fácil, a la edad de treinta y tres años, pero busqué el acompañamiento del Centro Vocacional, y finalmente, después del discernimiento solicité el ingreso, siendo aceptado e ingresando al Seminario de Monterrey en agosto del 2014.

Hoy en día puedo decir que, este tiempo que he pasado en el Seminario, con sus altas y sus bajas, han sido los mejores de mi vida, en los que me he sentido feliz y amado por Dios. He crecido humana, vocacional y sobre todo cristianamente.

Después de unos meses en mi ministerio diaconal, he podido ser nuevamente testigo de la necesidad que tiene el pueblo de encontrarse con Dios, aún y cuando parezca lo contrario, se tiene la necesidad de Él. De la misma manera que hace años, eso me mueve a querer ser instrumento de su gracia.

Hoy con mayor certeza y libertad quiero entregar mi vida al servicio de la Iglesia y para gloria de Dios. Hoy nuevamente, con ilusión y con la confianza puesta en el corazón de Cristo, he solicitado ser ordenado sacerdote, sabiendo que es un don para su Iglesia, y un signo de amor por su pueblo. Sigo diciendo en mi oración, como desde hace unos años: Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.

Dios los bendiga a todos, no olviden rezar por mí, por las vocaciones, por los sacerdotes y seminaristas, por los jóvenes de nuestras parroquias para que atiendan generosamente el llamado que Dios les hace.

Marco Antonio Cruz Pérez

4to. de Teología

16 Feb 2024

HELLO! 1

Una de las frases que me gustan de la Sagrada Escritura es esta:“El Señor ha hecho grandes cosas por nosotros y estamos alegres” (Salmo 125). Porque siento que Dios ha sido bondadoso conmigo, y no hay otra manera de manifestarlo que en el servicio a los demás, y con una sonrisa.

¡Hola, qué tal! Mi nombre es Karlos Cristian Ortiz González, tengo 29 años, y estoy de experiencia eclesial en la parroquia San Juan Bautista, en García, Nuevo León. Lugar donde he estado muy contento y alegre porque Dios se manifiesta de una manera inconmensurable hacia mi persona, y donde puedo descubrir la mirada de Dios con misericordia por la gente que me rodea. Expreso mi agradecimiento y alegría por poder compartir mi testimonio vocacional con todos aquellos que leen este blog de nuestro querido Seminario Arquidiocesano de Monterrey.

En primera instancia, es necesario partir que mi deseo de querer ser sacerdote nació por la entrega generosa y la experiencia de vida de mi párroco. Esa alegría que manifestaba al atender diariamente a los fieles que a él acudían, cómo celebraba los sacramentos, era algo inexplicable por lo que al ver su alegría por las cosas de Dios, me gustó demasiado que tomé la decisión de entrar al Seminario.

Después de un tiempo de estudio y oración, en la etapa de Configuración; los seminaristas somos enviados a realizar un año de servicio que se llama: “Experiencia eclesial” o “Magisterio”, un encuentro fuerte con Dios a través de su Iglesia ya sea por una pastoral en específico, o en mi caso una comunidad parroquial.

Este año de servicio pastoral he podido experimentar esa alegría por la cual me enamoré por las cosas de Dios. Y tal vez te estés preguntando ¿Qué actividades realizan los seminaristas durante este año?

Principalmente, la atención a las personas en los diferentes carismas que tiene nuestra Iglesia. He podido constatar que me encuentro en una parroquia verdaderamente misionera. La extensión territorial de la parroquia es extensa, cuenta con realidades diversas, rurales y urbanas. Son aproximadamente 58 comunidades, donde mi tarea principal es apoyar al párroco en lo que se me encomiende como organizar actividades pastorales, celebraciones de la Palabra, atender y formar al grupo de monaguillos, lectores y jóvenes entre otras acciones pastorales.

Este año de servicio, es un tiempo formidable para ir a la raíz de nuestra vocación, es meditar sobre el futuro ministerio sacerdotal; significa aprender de nuestros párrocos que con sus experiencias nos invitan a reflexionar y aceptar con madurez los retos que representa el llamado al sacerdocio en este contexto actual.  Aprovecho para agradecerle a mi párroco, que con su testimonio y acompañamiento ha ayudado en mi camino de formación.

Son tres acciones en síntesis, acompañar a los grupos, ayudar en las actividades en la parroquia y aprender a amar a Dios en medio de su Iglesia y a través de ella. Cada una de estas acciones representa un papel fundamental en mi historia vocacional, pues al trabajar con niños, adolescentes, jóvenes y adultos puedo hacer mías las palabras del Salmo 125,  de la cual me siento llamado: “A estar alegre porque este año en García, Dios ha hecho grandes cosas conmigo”.

Karlos Cristian Ortiz González

Experiencia Eclesial

Parroquia San Juan Bautista, García., Nuevo León

02 Feb 2024

HELLO! 1

En ciertas ocasiones le cuesta al ser humano aceptar su realidad y atender un llamado, esto lo digo porque fue lo que me pasó. Siempre fui un joven de grupos parroquiales por lo que estaba en actividades y demás cosas que esto conlleva. En mi parroquia, Santa María Goretti se estaba desarrollando el grupo llamado “Cristeros” y durante ese proceso fui invitado a ir a Sahuayo, Michoacán con el motivo de la canonización de San José Sánchez del Río quien es el patrón de los grupos de cristeros.

En este viaje me tocó visitar una comunidad que recibía la Santa Misa una vez al mes, lo cual se me hizo raro ya que en mi parroquia la Eucaristía es diaria en la mañana y en la tarde, y los fines de semana en distintos horarios, yo aún no caía en cuenta de la falta de sacerdotes que hay y de la escasez de vocaciones sacerdotales.

 Cuando regresé del viaje, llegué impactado a platicar lo que había sucedido con mi familia y con mi párroco, el Pbro. Felipe de Jesús Sánchez Gallegos; y al tener presente esa inquietud vocacional comencé a preguntarme si la vida del Seminario era para mí.

Después de tanto pensar y cuestionarme al llamado que había sentido, me acerqué al Centro Vocacional donde mi acompañante espiritual, el Pbro. Alberto Estrada, junto con el equipo de seminaristas me ayudaron a tener un discernimiento y tomar una decisión.

Desde que entré al Seminario he podido ver el amor incondicional de Dios en mi vida con mis compañeros en el día a día, en el deporte, en los momentos de espiritualidad, en el apostolado, incluso en los aseos y es que en esta etapa en que estoy de formación me he sentido con un gran gozo al reconocer a Cristo en mi camino vocacional. Durante este discernimiento, el Señor no me deja de llamar cada día a entregarme y con gran alegría le respondo con mi vida.

Hay dos cosas que me han quedado claras; primero, el atender al llamado de Dios, porque Él es quien nos hace la invitación a esta vocación tan hermosa, nos muestra su amor inefable sin límites, sin barreras, se entrega de todo a nosotros, es ahí donde llegamos a un punto en el que no nos podemos hacer para un lado y respondemos. Tal vez le saquemos la vuelta un par de veces, pero no podemos hacer eso para siempre. Lo segundo es, que Dios se hace presente de diversas formas, se hace presente en las personas, ya sea por un comentario, una oración, en el diálogo con el prójimo, en una frase de ánimo o en el convivir con los sacerdotes, escuchando sus anécdotas que te llenan de fuerza para continuar.

Muchas veces dude del llamado de Dios, he llegado a experimentar miedo, desconcierto, incertidumbre, pero he aprendido a dejarme caer en las manos de Dios, a saber que debo de dejarme moldear por los sacerdotes formadores e ir poco a poco configurándome con Cristo Buen Pastor, que Él es quien guía mi llamado en la medida que yo se lo permita.

José Genaro Pérez Sánchez

Seminarista | 2do Año de Curso Propedéutico

26 Ene 2024

HELLO! 1

Desde el Antiguo Testamento el fundamento del sacerdocio se da mediante la mediación, es decir, el sacerdocio levita siempre encontraba su misión en el ofrecimiento de los sacrificios a Yahvé, Dios. Esto siempre para poder encontrar misericordia o favor por el pueblo escogido. Además, dichos sacrificios -al menos en tiempo de Jesús- encuentran su sentido en el Templo de Jerusalén.

Podemos darnos cuenta que Cristo no ofreció un sacrificio común,  ni siquiera fue en el Templo. De modo que, ante la Antigua Alianza, Jesús no tiene ni el linaje (Levita), ni tampoco ofrece un sacrifico ordinario y tampoco es en el Templo.

Entonces ¿Dónde encontramos que Jesús es sacerdote? En el Nuevo Testamento, el único libro neotestamentario donde encontramos a Cristo Sacerdote es en la Carta a los hebreos. Dicha carta es fundamental en este tema, estamos ante una comunidad de judíos convertidos al cristianismo que comienzan a perder un poco el rumbo, por lo tanto es importante recordar que Cristo es aún más que Moisés (Hb 3,3) y los ángeles (Hb 1, 4). La superioridad es porque Dios lo ha constituido mediador entre Dios y los hombres. Pero, ¿Por qué Cristo es el nuevo y único mediador entre Dios y los hombres?

Esto es, porque Cristo ha asumido nuestra carne humana, ha tomado nuestra naturaleza; pero, no como una realidad a medias, sino de manera completa. De hecho Aquél que no es pecador se convierte en pecado (Flp 2, 8-9) para que así, podamos recobrar nuestra dignidad de hijos de Dios (CEC 460) y poder llegar a nuestra Patria Celeste, nación a la que todos nosotros pertenecemos al ser coherederos de Dios.

Cristo no es constituido sacerdote por sí mismo, quien lo constituye es el mismo Padre (Hb 5, 5-6). Ya que lo ha enviado a nuestro mundo para poder asumir nuestra condición, ser consciente de nuestra vida para acercar la divinidad a nuestra humanidad (San Irineo, Adversus haereses, 3, 19, 1: PG 7, 939) y así, en el cumplimiento de la voluntad del Padre, Cristo se ofrece como sacrificio agradable a Dios en favor de la redención del hombre.

Desde este punto damos un paso más adelante. Ya hemos contemplado que Cristo no es sacerdote como los de la Antigua Alianza ya que no ofrece un sacrificio en el altar del Templo y tampoco tiene la ascendencia sacerdotal, es decir, no tiene por herencia sanguínea el sacerdocio. Pero, es el Padre quien lo ha constituido, esto lo ha hecho en favor de nosotros -sus hijos- para que Jesús al ofrecerse logre la expiación de los pecados algo que los sacrificios de la Antigua Alianza no lograron nunca.

La ofrenda de Cristo es Él mismo, que se entrega en el altar del madero de la cruz, lugar desde donde ofrece al Padre su sangre de cordero inmolado (Jn 1, 29) en favor de nuestra redención, es decir, por el perdón de los pecados. Es así que, Cristo en este sacrificio suyo en la cruz, instituye a su vez un nuevo sacerdocio. Una nueva mediación entre Dios y los hombres.

En la Carta de a los hebreos del Nuevo Testamento encontramos un resumen de todo lo que ya he comentado:

“Todo sumo sacerdote está tomado de entre los hombres y constituido en favor de la gente en lo que se refiere a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Es capaz de comprender a ignorantes y extraviados, porque también él se halla envuelto en flaqueza; y, a causa de la misma, debe ofrecer por sus propios pecados lo mismo que por los del pueblo. Y nadie puede arrogarse tal dignidad, a no ser que sea llamado por Dios, como Aarón. De igual modo, tampoco Cristo se atribuyó el honor de ser sumo sacerdote, sino que lo recibió de quien le dijo: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy” (Hb 5, 1-5).

Es Cristo quien por su Encarnación toma nuestra naturaleza (Jn 1, 14) comprendiendo nuestra esencia humana al experimentarla en su vida terrena. Es el Hijo de Dios constituido sacerdote por el Padre al enviarlo y en el cumplimiento de su voluntad al ofrecerse como sacrifico expiatorio por el perdón de los pecados de todos nosotros. De modo que, Cristo es sacerdote de la Nueva Alianza, al ofrecerse como sacrificio agradable al Padre, un sacrificio efectivo y único, el cual nos ha comprado con su sangre en favor de nuestra redención.

¿Dónde entran los presbíteros y obispos que participan del sacerdocio ministerial? Hemos dicho que el único sacerdote es Jesús, pero, aquellos que por la imposición de las manos de los sucesores de los apóstoles y la oración consecratoria, participan de este sacerdocio ministerial de Jesús. Ya hemos visto la semana pasada que, el sacerdote encuentra su santidad en la fidelidad que le tiene a Dios, para así amar más a su Esposa, la Iglesia. Nuestros sacerdotes, por tanto, al participar del sacerdocio de Jesús, son también mediadores entre Dios y los hombres, esto, en cuanto que obran en la persona de Cristo cada que participan del misterio salvífico en los sacramentos.

El sacerdote en la misa, no es que ofrezca un nuevo sacramento, no es que aquel sacrificio de Cristo en la cruz no haya valido. Es el mismo sacrificio que se ofrece, es una actualización que nos hace vivir la gracia santificante y siempre actual de parte de Dios. Al recordar aquellas palabras de Jesús en la última cena, mencionadas por el sacerdote en la persona de Cristo en la misa, nos transportamos al tiempo de Dios, nos movemos entre en la humanidad y la divinidad, al tocar nuestra humanidad la divinidad plena de Jesucristo, Hijo de Dios.

Por eso es sumamente importante el sacerdocio, ya que nuestros sacerdotes son mediadores, puentes que nos llevaban a Dios. Tan necesaria es la mediación que Cristo ha querido que su sacrificio y mediación se actualice en hombres que Él mismo ha llamado para que; primero estén con Él y después para santificar el pueblo de Dios. Dicha mediación de nuestros sacerdotes no es algo que pretenda ser individualista o de origen personal, sino, es por la comunidad y siempre obrando en la Persona de Cristo, toda la potestad sacerdotal que ellos tienes es para poder guiar al pueblo santo de Dios, confeccionando el sacrificio de Cristo en su Persona en favor de todos los coherederos del Reino (Lumen Gentium10).

Jesús Humberto Vega Reyes

Seminarista | 3ero. de Teología

22 Dic 2023

HELLO! 1

El 25 de diciembre, el mundo entero se paraliza (creyentes o no) ante el acontecimiento que ha marcado a toda una era y una sociedad. La Navidad, como fecha del nacimiento del Redentor, constituye el cabal cumplimiento de la gozosa espera por siglos que la humanidad hizo de su Dios. Hoy en día, anhelamos la venida definitiva o escatológica; es decir, del fin de los tiempos, por eso es que como Iglesia, hacemos memoria del acontecimiento ocurrido hace dos mil veintitrés años, pero también esperamos el retorno glorioso del Señor. La Octava de Navidad es un período litúrgico que comienza el día de Navidad y dura ocho días, concluyendo el 1 de enero. Durante esta Octava, la Iglesia celebra la solemnidad de la Santa Madre de Dios, en la que se honra a la Virgen María como Madre de Dios, es decir, como la Theotokos.

Durante esta Octava, la liturgia nos invita a reflexionar sobre la vida de la Sagrada Familia y las virtudes de la vida familiar. Ya que debemos ser conscientes de que la Navidad no ha terminado. Es tan grande este acontecimiento, que la Iglesia le reserva estos días para seguir con un espíritu festivo, pero también de múltiples virtudes que ejemplifican la auténtica vida cristiana. Los Evangelios nos cuentan muy poco sobre la vida de Jesús desde su nacimiento hasta el comienzo de su ministerio público, pero lo poco que sabemos nos sirve como modelo para imitar en nuestras propias familias.

La Virgen María, como Madre de Dios y de los seres humanos, guarda en su corazón todas las dificultades y problemas de la humanidad, y medita sobre ellos. Ella nos acompaña y nos guía con ternura materna hacia el futuro, sosteniendo nuestra esperanza en el Señor de la historia.

La Navidad, celebrada en todo el mundo, es un momento de alegría, reflexión y renovación. En la tradición cristiana, marca el nacimiento de Jesucristo, un evento lleno de significado espiritual y simbolismo. El Papa Francisco, en repetidas ocasiones ha compartido numerosas reflexiones sobre la Navidad y la Octava de Navidad, ofreciendo perspectivas que van más allá de la celebración festiva para abordar temas más profundos y universales, trascendiendo así solo de la celebración del 24 de diciembre por la noche y el mismo día 25.

En sus mensajes navideños, el Papa Francisco destaca la importancia de redescubrir el verdadero significado de la Navidad en medio de las distracciones comerciales y materiales que a menudo la rodean. En lugar de enfocarse únicamente en regalos y festividades, el Papa nos insta a reflexionar sobre el significado espiritual de la celebración, recordando el mensaje central del nacimiento de Jesús: el amor, la humildad y la esperanza.

La Octava de Navidad, que se extiende hasta el 1 de enero, es una prolongación del espíritu navideño. Es un tiempo para profundizar en la experiencia del nacimiento de Cristo y permitir que sus enseñanzas permeen nuestras vidas diarias. El Papa Francisco nos anima a llevar el mensaje de la Navidad más allá de la fecha específica y a vivirlo a lo largo de todo el año. De esta forma, el como nosotros los fieles católicos, podemos compartir en el mundo secular la alegría de la navidad cristiana, permitiendo así, a quienes desconocen a Jesús, que el niño ha nacido por amor a nosotros.

En sus discursos, el Papa resalta la importancia de la solidaridad y la compasión durante la temporada navideña. Nos recuerda que la celebración no debe limitarse a nuestras familias y seres queridos, sino que también debemos extender nuestra generosidad y amor hacia aquellos que están en necesidad. En un mundo marcado por la desigualdad y la injusticia, el orbe católico debe atender a la necesidad de solidaridad, la cual resuena como un recordatorio de la responsabilidad compartida que todos tenemos hacia nuestros semejantes, incluso si no son cristianos.

La Navidad, según las enseñanzas del Papa Francisco, es un tiempo para la reconciliación y la paz. En un mundo dividido por conflictos y diferencias, la celebración del nacimiento de Cristo nos brinda la oportunidad de buscar la armonía y construir puentes entre comunidades y naciones. La Octava de Navidad, con su énfasis en la prolongación del espíritu festivo, nos anima a mantener viva la llama de la paz y la comprensión más allá de las festividades inmediatas. Además, destaca la importancia de la familia durante la Navidad. En un mundo cada vez más acelerado y tecnológico, nos insta a apreciar el tiempo de calidad con nuestros seres queridos, a fortalecer los lazos familiares y a ser conscientes de la importancia de los valores familiares en la construcción de una sociedad saludable y equitativa.

En resumen, las reflexiones del Papa Francisco sobre la Navidad y la Octava de Navidad nos invitan a ir más allá de las festividades externas y a sumergirnos en el significado más profundo de esta temporada. Nos insta a cultivar el espíritu de amor, solidaridad y paz, no solo durante estas fechas, sino como un compromiso continuo en nuestras vidas cotidianas. En sus palabras y acciones, el Papa nos recuerda que la Navidad es un tiempo para renovar nuestro compromiso con los valores fundamentales que nos conectan como seres humanos.

REFERENCIAS:

San Juan Pablo II, Homilía del 1 de enero de 1970, Solemnidad de María Madre de Dios.

Papa Francisco, Homilía del 1 de enero de 2019, Solemnidad de María Madre de Dios.

Luis Fabricio Torres Torres

1ero de Teología.

27 Oct 2023

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Es interesante conocer sobre este nuevo sínodo que ya ha iniciado dentro de la Iglesia que ha convocado el Papa Francisco, que si bien, no termina ahora, sería bueno ver qué nos está aportando, desde lo que ya se había anunciado antes del sínodo como tal; es decir, las consultas que se hicieron a nivel Iglesia para hacer lo que se propone, escuchar a todos, que en sí mismo, ya manda un mensaje muy fuerte y claro a lo que se quiere obtener; así aunado a lo que ya se ha tratado en esta primera sesión que comenzó a principios de octubre.

Si queremos conocer el “para qué” de este sínodo sería bueno preguntarnos a “quién” se invita, ya que lo que se quiere alcanzar es a partir de sus “destinatarios”. El Papa Francisco invita a todos los bautizados a participar de este proceso, ya que somos los bautizados la voz del pueblo de Dios, es decir; con esto se puede traer una visión diferente, porque si veíamos un sínodo como algo lejano que sólo le correspondía a unos cuantos, ahora en lugar de eso, nos compromete a actuar y ser parte de…

Teniendo en cuenta quienes son los involucrados dentro de este proceso, es que podemos ir resolviendo la pregunta ¿para qué?, para poder hacer verdaderamente una reflexión sinodal no sólo por ahora, sino que se haga como un camino que se siga recorriendo a lo largo del tiempo. Esto es lo primordial, que no sólo sea mientras duren las sesiones, sino que se tome como algo propio, es decir, de la misma naturaleza de la Iglesia para que pueda perseverar un “caminar juntos” de aquí en adelante. Es un sueño a soñar, aunque parezca redundancia, aspira a conseguir la Iglesia que se está llamada a ser, es decir una Iglesia en comunión y en misión, como lo expresa el Manual oficial para la escucha y el discernimiento en las iglesias locales.

Ahora bien, para poder alcanzar este sueño de la Iglesia, es necesario tener en cuenta algunas actitudes que se proponen para lograr una buena participación del proceso sinodal, a saber, dedicar tiempo para compartir, que es sinónimo de ser sinodal; tener una apertura a la conversión y al cambio, no dar lugar a prejuicios. Y qué decir de la esperanza que tiene un lugar importantísimo, no basta sólo con tenerla, sino que hay que hacer nacer esta virtud, y tener una gran humildad al momento de escuchar en consonancia a la valentía en el hablar, una actitud de discernimiento, ir más allá dejando atrás las ideologías, estando abiertos al diálogo, todo esto ya que debemos de considerarnos signos de una Iglesia que escucha y que también está en camino, y sobre todo, no olvidar que el Espíritu Santo es el protagonista de este proceso[1].

Aún y cuando el Sínodo de la Sinodalidad concluye el próximo año, el reto es grande para la Iglesia, sin embargo no es imposible, y a pesar de ser un proceso eclesial, el cambio tiene que comenzar desde la propia vivencia de cada uno de los que conformamos la Iglesia, y este giro debe entenderse no como algo meramente superficial; sino todo lo contrario, tiene que evocar en la persona una verdadera conversión de sí hacia la comunión y la misión de llevar a todos el mensaje de Cristo, donde verdaderamente, impulsados por el Espíritu Santo, se pueda decir y testimoniar que caminamos juntos como Iglesia, para llegar a tener entre nosotros los mismos sentimientos de Cristo (Flp 2,5) y alcanzar la salvación.

Jesús Osvaldo Valdés Ayala

3ero de Teología


[1] Cf. https://www.synod.va/es/que-es-el-sinodo-21-24/para-quien-es-el-sinodo.html.

13 Oct 2023

HELLO! 1

Pablo VI inició un modelo de atención a la Iglesia conocido como el Sínodo de los Obispos. En el presente, el Papa Francisco tuvo la iniciativa de convocar un Sínodo de la Sinodalidad que, de hecho, se está desarrollando en este tiempo. Se pueden decir muchas cosas del Sínodo, como su origen, su sentido, las esperanzas que albergan las preguntas que ha suscitado y las respuestas que se pretenden dar. En esta sección solamente abordaremos la estructura en la que este Sínodo se está realizando y, aunque sea un tema más técnico que reflexivo, comprender el modo cómo se está desarrollando el Sínodo permite a su vez descubrir su valor para nuestra Iglesia.

En primer lugar, el Sínodo de la Sinodalidad se inauguró en el Vaticano el 9 de octubre de 2021, con un fin de semana de trabajo. El itinerario básico consiste en una serie de fases de consulta y diálogo, a saber, la fase diocesana (octubre 2021-agosto 2022), la fase continental (octubre 2022- marzo 2023) y la fase universal, en la que estamos actualmente del 4 al 29 de octubre del presente año, así como una segunda etapa en octubre del 2024.

La primera fase, la diocesana, consiste en el trabajo de las iglesias locales con un documento preparatorio desarrollado por Roma para atender y escuchar a todos los fieles. Para lograr el objetivo de escuchar a todos, cada obispo designó a un responsable para desarrollar la consulta sinodal y posteriormente, al concluir, mandar los resultados en el tiempo indicado a la Conferencia Episcopal correspondiente (la nuestra es la Conferencia Episcopal Mexicana). Ellos, a su vez, hacen una síntesis de las aportaciones diocesanas que mandan posteriormente a Roma.

Las contribuciones de las Conferencias confluyeron en un nuevo documento, pero esta vez para la preparación de la etapa continental. Con esto se inicia la segunda fase del Sínodo. El objetivo era muy simple: dialogar sobre las aportaciones de la fase anterior. Lo hicieron agrupándose en las siete Reuniones Internacionales, cada una con un responsable; al mismo tiempo se desarrollaron asambleas internaciones de especialistas que sacaron conclusiones propias. La síntesis de este trabajo llega a Roma, en donde la Secretaría General Permanente del Sínodo elaboraría el Instrumentum Laboris, con el que se trabajaría la última de las fases del Sínodo.

Por último, la fase universal del Sínodo se tiene lugar en la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos que se realiza en dos partes a saber, en octubre de 2023 y el próximo año en octubre 2024. Nos situamos en el clímax de esta propuesta sinodal para la Iglesia y es conveniente tener presente los signos de los tiempos que nos mueven a vivir la comunión entre todos. Recemos para que el resultado de este ejercicio sinodal produzca los frutos del Espíritu que nuestra Iglesia necesita.

Sergio Mendoza González | Coadjutor | Seminario Menor

17 Feb 2023

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Estando en el ombligo del mes de febrero, estando todavía en el Mes del Seminario, los seminaristas de las distintas casas de formación nos hemos dado a la tarea de visitar las Zonas Pastorales de la Arquidiócesis, teniendo presencia en las parroquias y comunidades para compartir la alegría de la propia vocación, pero principalmente, vamos por una sola razón: AGRADECER.

En las diversas comunidades que he visitado, he sido testigo de que los fieles cristianos de nuestras parroquias oran, ya sea en comunión o individualmente, por el seminario y los seminaristas. Oran a Dios Nuestro Señor para que dé pastores a su Pueblo, y para que los que están en formación nos asista con su gracia en la respuesta que le damos a Él. Los fieles laicos no escatiman sus oraciones por pedir por nosotros y en muchas ocasiones nos lo hacen saber con mucho entusiasmo y alegría: Seminarista ¡Yo oro por ustedes! ¡Siempre están en mis oraciones!

Esto es lo que alegra y anima la propia vocación, y pienso, es lo que mueve al seminarista a corresponder y tener siempre en los labios un GRACIAS a toda comunidad a la que va a Colecta del Seminario.

Y aunque los recursos materiales en sí mismos son un medio, nunca un fin, siempre agradecemos anticipadamente a las comunidades por su apoyo generoso para con el Seminario, en el sostenimiento de la casa y los estudios de los seminaristas, los futuros sacerdotes del Pueblo de nuestro Señor.

A toda la comunidad en general, nos seguimos encomendando a sus oraciones, ya que, en este Mes del Seminario, los seminaristas celebramos que hemos sido llamados a esta vocación específica y con su gracia hemos dado una respuesta generosa. Y, por último, a nombre de mis hermanos seminarista les decimos ¡Gracias por su oración! ¡Gracias por su generosidad! ¡GRACIAS!

Luis Miguel Éxiga López

2do. de Teología

23 Dic 2022

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Los tiempos de Adviento y Navidad, son momentos llenos de alegría como Iglesia y como familia, es un tiempo lleno de esperanza en el Salvador que estará en medio de nosotros siendo el Emmanuel, el Dios con nosotros. La Natividad de Jesús es un momento tan lleno de gozo para todo cristiano, es allí donde recordamos las palabras del Padre (Dt. 18, 18-19). Dios nos promete a su Hijo, a su Palabra hecha carne que vendrá en nuestra condición humana y en el que Dios pondrá sus palabras y dirá lo que Él mande. Al hacer todo un recorrido en el Adviento de las profecías, en especial las de Isaías, escuchamos como cada percepción que se tenía del Mesías, es realmente lo que en el humilde pesebre de Belén se encontraba.

Antes de la Navidad tenemos una preparación: «el Adviento». Y nos quedamos expectantes ante el cambio visual que se nos presenta, una tonalidad morada, las lecturas nos mencionan que el Señor viene, que nos preparemos y ciertamente, algo que tenemos presente durante este tiempo, es la frase: «Ven Señor Jesús». 

El Adviento procura unos días de entero adentramiento espiritual. Es un entrar en el corazón para limpiar y desechar todo aquello que durante este año hemos guardado; ya sean rencores, envidias, divisiones, rivalidades, faltas de caridad con el prójimo, pecados personales y sociales. En una frase, PURIFICARSE de la impureza de los vicios y pecados que hemos ido acumulando. Este es un tiempo propicio para nosotros como personas, como familias, como sociedades y como Iglesia para renovar y mejorar nuestro corazón. Este tiempo es de espera en el que “es el camino, la verdad y la vida” (Jn,14,6), “del Alfa y el Omega. Aquél que es, el que era y que vendrá” (Ap.1,8).

Los tiempos han cambiado conforme pasa el tiempo, las costumbres y tradiciones ya no tienen tanta relevancia en las nuevas generaciones y pareciera que entre más rápido sean los compromisos, las actividades y los momentos, mucho mejor. Vivimos en un tiempo en que lo fugaz es la mejor opción. Por esta razón sería complicado que alguien que solamente vive de momentos fugaces, tenga una relación cálida verdadera, que lo lleve a una experiencia trascendente.

Uno de los tiempos que considero que ha perdido un poco el significado por la actividad mercantil que la sociedad motiva, es la Navidad.  Deberíamos celebrarla como un acontecimiento real y actual que sucede en cada persona de buena voluntad, no solamente como una fecha que se palomea y no tiene mucha relevancia, más que consumir. 

La verdadera celebración de la Navidad no está en las fiestas, ni en los regalos, en los nacimientos o belenes que se compran, ni en los alegres brindis. Claramente todo esto es consecuente de la Navidad, pero la vivencia que más nos debería importar es la espiritual, que solo puede vivirse en el silencio del corazón, donde únicamente se escuche el mensaje que trae consigo el Verbo hecho carne. Dios quiere venir a tu corazón y quiere que lo recibas, aunque el niño Dios esté en silencio y permanece callado después de haber nacido, nos dice tanto, nos invita a reflexionar a adentrarnos a nuestro corazón.

El ambiente creado por la liturgia de la Navidad, desea provocar la fe en la manifestación divina, la importancia de la gracia y la necesidad del amor. Los colores se tornan de blanco, los cantos se tornan de regocijo y jubilo. Las campanas suenan mientras se canta gloria, el niño Dios se levanta y se muestra como signo de que ya nos ha nacido el Salvador.

La Navidad es el fruto de lo que en el Adviento nos hemos propuesto cambiar, mejorar y administrar bien. No importa si nuestros frutos son pequeños o grandes, lo importante es que sepamos darlos. El fruto necesita florecer expresándolo y dándolo a conocer a los demás, donándose al servicio. Así, pues, la Navidad es Él, lo que celebramos como Iglesia universal, como Seminario de Monterrey, como familia y como personas. ¡Él es nuestra esperanza en la que fuimos salvados! (Rm.8,24).

Manuel de Jesús García Ramos

1ero. de Teología

09 Dic 2022

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Así inicia la historia de nuestro Seminario

El Seminario de Monterrey nació el 19 de diciembre de 1792 por decreto de don Andrés Ambrosio de Llanos y Valdés, tercer obispo de Monterrey, así inicia la aventura de formar pastores al servicio del pueblo de Dios. 

La primera ubicación de nuestro Seminario fue una casa rentada que hacía esquina entre Ocampo y Dr. Coss. Su primer rector fue el Pbro. Br. Don Domingo Ugarte y Burgoa.

El Seminario durante la persecución religiosa

En 1914 las tropas carrancistas ocuparon el Seminario, por lo que los treinta alumnos con que contaba la institución se refugiaron en sus casas en espera de la próxima reapertura.

Ya desde 1910, tras el estallido de la Revolución, la formación eclesiástica de los seminaristas no era tan fácil. Los conflictos político-religiosos de la época ponían en peligro la existencia de los Seminarios. Ante esta necesidad apremiante, el Episcopado Mexicano funda en Castroville, Texas, el Seminario Nacional Mexicano. Tres seminaristas regiomontanos continúan sus estudios en este Seminario; otros tantos se preparaban de manera oculta en la ciudad.

El 1o. de septiembre de 1917, el Seminario reabre sus puertas en el edificio anexo al Templo de Nuestra Señora del Roble, donde permanecerá hasta 1926. Es su rector de 1917 a 1919 el P Juan José Hinojosa. El 11 de junio de 1919 es nuevamente nombrado rector el P. Juan José Treviño. Para 1922 es Prefecto de disciplina y de estudio el Padre Pablo Cervantes, Director Espiritual el Padre Juan José Hinojosa, y entre los profesores se encuentra el Padre Fortino Gómez; en ese momento hay en el Seminario un total de 43 alumnos.

En agosto de 1926 se cierran los templos y anexos, por lo que los seminaristas andarán de casa en casa hasta 1935; ocupando las instalaciones anexas al templo de San Luis Gonzaga, viviendo en la incertidumbre y a veces en persecución.

Don Juan José de Jesús Herrera y Piña, quinto Arzobispo de Monterrey, consigue en Roma, para nuestro Seminario, los restos de un santo mártir. En 1925 llegan los restos de San Teófimo a la ciudad de Monterrey, y en 1931, alumnos y formadores piden al entonces Sr. Arzobispo Don José Guadalupe Ortiz (exalumno de nuestro Seminario), les conceda tener como Patrono titular del Seminario a San Teófimo Mártir.

El Seminario en la casa de San Pedro, Garza García

Para 1954 las instalaciones del anexo al Templo de San Luis Gonzaga resultaban insuficientes para albergar a poco más de 150 seminaristas. Así el 19 de diciembre de 1959 se inauguran los nuevos edificios del Seminario Menor en San Pedro, construidos bajo la dirección y diseño del Octavo Arzobispo de Monterrey Don Alfonso Espino y Silva. Los edificios del Seminario Mayor se inauguran en mayo de 1964.

En los planes del Sr. Espino y Silva al construir el nuevo Seminario, era que dicha institución fungiera como Seminario interdiocesano, en el que las diócesis dependientes a Monterrey pudieran enviar a sus seminaristas, pero el responsable directo de la formación de los seminaristas, así como de lo económico sería el Arzobispado de Monterrey; distinto de un Seminario regional, en el que los obispos de la región comprendida son en colegio los responsables. No es, sino hasta 1972 cuando ingresan al Seminario de Monterrey alumnos de las diócesis de la región noreste.

En agosto de 1973 se ponen al servicio los edificios del Curso Introductorio en Allende, N.L., gracias al apoyo de Dn. José de Jesús Tirado y Pedraza, Noveno Arzobispo de Monterrey.

El Seminario en la casa de Juárez

Las instalaciones del Seminario ubicadas en San Pedro Garza García resultaron insuficientes al aumentar el número de jóvenes seminaristas, llevando a la necesidad de construir un nuevo Seminario, más grande, Es así como el 20 de abril de 1994, da inicio la construcción del Seminario Mayor en el municipio de Juárez. 

Tantas son las personas que hace falta mencionar y que, sin embargo, han escrito con su vida la historia de nuestro Seminario, que faltarían hojas para poder compartir una historia íntegra.

Ya se suman 230 años formando sacerdotes, y con la ayuda de Dios y todo el Pueblo de Dios que sostiene con su oración y su apoyo económico al Seminario de Monterrey, seguirá formando los sacerdotes que la Iglesia de Jesucristo necesita, para los tiempos venideros.

Luis Miguel Éxiga López 

2do. de Teología