10 May 2024

HELLO! 1

Hola, mi nombre es Reyna Reyna Reyna y estoy casada con Francisco Barbosa Rocha, llevamos 31 años de casados. Tenemos tres hijos: Francisco, Mario Ernesto y Juan José que por gracia de Dios fue ordenado sacerdote el pasado 15 de agosto del 2023; a continuación, les platicaré un poco de cómo Dios se fue manifestando en nuestra familia a través de señales que se fueron dando en el caminar de Juan José.

Yo creo que la vocación de Juan José se fue manifestando de diferentes maneras o dando diversas señales a través de su vida hasta llegar a su Ordenación. Fui una mujer educada en la fe por mis padres y ellos tenían una gran fe en la Virgen de San Juan de los Lagos y era muy común para mí que me llevaran a visitarla con frecuencia, ya que ellos platicaban de experiencias muy hermosas gracias a su valiosa intercesión.

Mi madre nos decía a mí y mis hermanos, que mis abuelos le pusieron el nombre de Juanita por una manda que le prometieron a la Virgen, para que le diera su salud por lo prematuro de su nacimiento y mi papá nos platicaba que a él se le aparecía cuando era niño y que le daba miedo cuando eso sucedía, ya que no sabía quién era, cuando él se da cuenta y razona quién es dijo; creciendo te iré a visitar. Es por ello que yo conocí a la Virgen de san Juan de los Lagos, si no mal recuerdo, fue la primer Virgen que conocí y mi fe fue creciendo para con ella.

Creo firmemente en que son llamados desde el vientre, una de las primeras señales fue cuando tenía unos 4 meses de embarazo, anualmente se organiza la visita de la Virgen de San Juan de los Lagos y siempre como familia asistimos. En aquella ocasión tocó la visita de la Virgen Peregrina a Monterrey, en una de esas ocasiones que vino yo me encontraba embarazada de Juan José y tenía amenaza de aborto, ya que habíamos perdido una bebé antes que él, por lo consecuente este embarazo era de alto riesgo.

Al entrar al templo a visitar a mi Madre Santísima, mi vientre empezó a aumentar de volumen y nos asustamos ya que era muy doloroso y no me dejaba caminar, eran las típicas contracciones, al darse cuenta mi esposo me dice: vámonos a urgencias (por lo vivido en el embarazo anterior) y la verdad ya solo faltaban unos pasos para llegar a la imagen y yo le respondí; déjame llegar, y me llevas.

Al llegar a la imagen me lleve una sorpresa, nos santiguarnos, dimos gracias y al momento de retirarnos mi vientre volvió a su tamaño normal sin poder explicar lo que había sucedido con toda esa molestia y desapareció en segundos, después de mucho entiendo el primer mensaje o señal que nos enviaron, que “fuiste elegido desde el vientre”.  Esto sucedió en Julio 1996 en la Iglesia de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos que esta ubicada en la colonia Martínez en Monterrey, N.L., inclusive ahí fue bautizado al año de nacido.

Y así fueron pasando los años donde Dios a través de María Santísima me daba señales de que el camino de mi hijo podría ser muy diferente.

Juan José nace prematuro y su maduración para caminar y hablar fue diferente a la de sus hermanos. Él desde los dos años tuvo asesoría psicológica y llevaba su terapia de lenguaje. El psicólogo alguna vez me dijo en una de las consultas; el niño me ha salido en una prueba que él es un líder nato, que él había nacido líder y que este niño viene a mover masas, multitudes, prepárate porque te va a volar muy chico del nido, no sé si se te va a casar, se va a estudiar fuera de la ciudad, no se la verdad, pero no será alguien común.

Mi hijo entró al Seminario de Monterrey a los 17 años y recordé mucho las palabras del psicólogo. En referente a lo de mover masas me dijo,  tal vez sea algún político, maneje su propia empresa y me dio varios ejemplos, pero nunca de que sería sacerdote, porque un sacerdote es guía, líder, mueven masas, etc…

Otra señal fue cuando cursaba el catecismo y nos causó gracia en su momento. Le pusieron una actividad que hablaba del pecado y le dieron un dibujo para que lo coloreara y escribiera uno de sus pecados.  Cuando voy y lo recojo me enseña el dibujo y yo le dije que la actividad la había echo mal porque era escribir un pecado y no absolver al pecado y la respuesta inmediata fue: “No mamá yo voy hacer el que los perdone” y hoy después de tanto tiempo veo a mi hijo administrando el sacramento de la reconciliación como alguna vez lo dijo en el catecismo.

El 9 de Junio del año 2014 a mi hijo le marcan por teléfono para que fuera al Centro Vocacional por su respuesta para ingresar al Seminario, recuerdo que cuando íbamos de camino, le pedí al Señor que me diera una señal para saber si verdaderamente era su camino y me respondió inmediatamente cuando mi hijo me dice; Sí me aceptaron en el Seminario.

Desde ese momento entendí y le dije al Señor nuevamente; es todo tuyo, haz tu obra en él. Después de casi 10 años mi hijo es ordenado sacerdote. También algo que siempre se le dijo a Juan José, es que el día que el decidiera salirse nunca pensara en el qué van a decir nosotros como familia, su comunidad, sus amistades, etc… Que esa decisión la tomara solo él con Nuestro Señor, que siempre como familia lo vamos a apoyar inclusive ahorita que es sacerdote, porque le digo: tú vas a curar almas y tus hermanos el cuerpo, pero una cosa si el alma no está tranquila el cuerpo no va poder sanar.

Desde ese momento fue un apoyo incondicional a él y su grupo de compañeros, ya que ellos se convierten en una extensión de la familia orando y pidiendo día a día que de verdad esa fuera su vocación y si no era, que los guiara y la encontraran. He visto que muchos compañeros de mi hijo que pasaron por el Seminario, en el trascurso de los años se siguen frecuentando por aquella amistad y ese mismo sueño que lo unió estando dentro del Seminario.

Los sentimientos que yo tengo como mamá de un sacerdote no lo puedo explicar, porque son muchas emociones encontradas, todo esto me lleva a poder compartir la gratitud de la vocación que Dios le ha dado a mi hijo. Doy gracias por todo lo que he recibido de Dios y estoy muy agradecida con todos aquellos que tuvieron que ver en la formación de mi hijo, desde la terapia que empezó a muy temprana edad, hasta la culminación de sus estudios en el Seminario de Monterrey. A la edad de 26 años mi hijo fue ordenado sacerdote y agradezco a todos por aportar su granito de arena para que él llegará a hacer lo que él soñaba ser: Sacerdote para siempre.

Reyna Reyna Reyna

Mamá del Pbro. Juan José Barbosa Reyna

15 Mar 2024

HELLO! 1

La primera vez que conocí Sl Seminario yo tenía 11 años, fue el día en que mi primo Luis Andrés ingresaba a la formación sacerdotal y quedó grabado en mi memoria. Observé ese lugar tan enigmático para un pre adolescente; sus largos pasillos, los murales y vitrales, el ambiente de alegría e inquietud de todos los jóvenes que iniciaban su formación, los jardines, las canchas deportivas y la multitud de gente que nos disponíamos a celebrar la eucaristía de apertura del ciclo escolar 1989-1990, ese día inició mi historia vocacional.

La inquietud por ser sacerdote no solo se presentó ese día, sino en muchas ocasiones posteriores en que, como familia, asistimos a convivencias y obras de teatro que ofrecía el Seminario con ocasión de fiestas patronales y posadas, en ellas resonaba en mi mente la frase: “ven y sígueme”. También, en muchas de esas ocasiones yo me trataba de convencer a mi mismo de que quizá me equivocaba al sentir “algo”, y continuaba mi vida en los grupos parroquiales, o bien, en el colegio, en la prepa y después realizando mis estudios profesionales.

En todo ese recorrido, desde los 11 hasta los 22 años, participé en retiros de los grupos juveniles de la parroquia Corpus Christi en Monterrey; también fui de misiones a la Sierra de Durango con un grupo llamado Emaús, conformado por amigos que éramos exalumnos Lasallistas; participé en fiestas y reuniones juveniles, fiestas de universitarios, congresos y eventos culturales. Viajé al extranjero para estudiar inglés, en donde tuve la oportunidad de conocer gente de todas partes del mundo, pude apreciar sus puntos de vista y dialogar con apertura y tolerancia, pero en todos esos momentos permanecía la sensación de que Cristo me estaba preparando para algo más. También tuve buenas amigas con las que, en diversas ocasiones, pude experimentar una relación recíproca de compartir lo más profundo de mi ser y recibir lo más profundo de su ser.

El año de 1999, el Padre Héctor Pérez, hoy obispo auxiliar de la Arquidiócesis de México, nos hizo una invitación a algunos amigos y amigas, para asumir la coordinación de un grupo de jóvenes catequistas en Corpus. Ese fue el año de la decisión. La experiencia de que un presbítero depositara en nosotros la confianza de organizar la catequesis infantil, fue crucial, me inspiró y me dio luces para responderle a Cristo que me había estado invitando a seguirlo. También me impulsó la decisión de otro de mis primos, José Luis, quien en ese momento estaba a punto ingresar al Seminario. Por ello, en el año 1999-2000, me decidí a vivir el proceso vocacional, dejando que el Espíritu Santo me iluminara.

El Seminario fue una época maravillosa de crecimiento personal, descendí a las profundidades de mi historia, toqué mis heridas, vi resurgir cualidades enterradas, tuve grandes amistades, algunos hoy son sacerdotes, otros buenos laicos de parroquia, todos brindándome la oportunidad de crecer. Esto me configuró y me preparó para iniciar la vida como presbítero el 14 de agosto de 2010, día en que recibí el orden sacerdotal con el rostro lleno de ilusión, con las ganas de seguir a Cristo siendo signo de su presencia vivificante, ahí mismo fui nombrado vicario parroquial de la parroquia Santa Catarina Mártir, la cual fue mi segunda escuela de formación, y en la que junto con la comunidad viví una infinidad de experiencias que forjaron mi carácter en la caridad pastoral.

Después, la experiencia de estudios en Roma, por la cual estoy profundamente agradecido, significó no solo la especialización de contenidos académicos sino una experiencia eclesial internacional de gran valor.

Posteriormente, los años que tuve la oportunidad de colaborar en la formación en el Instituto de Teología y más delante en el Seminario Menor, fue intensa en cuanto fraternidad sacerdotal y amistad vocacional, mientras que durante los años en los que fui enviado a realizar estudios de doctorado a la Universidad Pontificia de México y mi colaboración acompañando a Mons. Alfonso Gerardo Miranda Guardiola en la CEM (Conferencia del Episcopado Mexicano), pasé por momentos de concentración y silencio, de escucha y atención a la voz de los señores obispos, así como de colaboración y comunicación en foros a nivel nacional, todo ello provocando en mi la necesidad de dejar en manos de Dios los factores que no puedo controlar y dedicarme a realizar lo mejor posible lo que sí está en mis manos realizar.

Después, don Rogelio me dio la oportunidad de concentrarme, durante un semestre, exclusivamente a terminar mi tesis doctoral, habitando en la residencia sacerdotal de la UIC, con los Misioneros de Guadalupe. Esta experiencia fue nutrida de fraternidad y amistad sacerdotal, pero también de arduo trabajo de redacción y revisión de mi investigación.

Más delante, hacia junio de 2022, terminé mi tesis y fui nombrado vicario parroquial de la parroquia universitaria San Juan Bosco. Durante este tiempo defendí la tesis, viví un sinfín de experiencias que me ayudaron a tocar la realidad en los ambientes universitarios, así como del ambiente eclesial resultado de la post-pandemia, y tuve nuevamente la oportunidad de construir lazos de amistad con mis hermanos sacerdotes compañeros de residencia, Alex y Edgar.

Finalmente, en marzo de 2023, don Rogelio me comunicó que sería enviado de nuevo al Seminario Mayor de Monterrey para servir a los seminaristas como acompañante espiritual. Esto, por supuesto que me agradó, pero debo admitir que también me produjo cierto sentimiento de inestabilidad, así, ahora me encuentro ya estabilizado sirviendo como padre espiritual en el Seminario Mayor. En todo este caminar vocacional ciertamente ha habido momentos difíciles que han exigido fuerza de voluntad, pero ha abundado más la alegría de saber que estoy con Él, el Maestro, el Hijo de Dios, quien me ha dado una nueva vida, cada día me reconcilia con mis fragilidades y me da nueva fuerza para servir a su pueblo.

Pbro. Jesús Treviño Guajardo

Coordinador de la Dimensión Espiritual del Seminario de Monterrey

y Director Espiritual de la Etapa Configurativa

23 Feb 2024

HELLO! 1

«Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero», le dice Pedro a Jesús resucitado, un diálogo en el que el Señor le pide apacentar su rebaño (cfr. Jn 21, 17). Por una parte, es una frase que, desde una interpretación muy personal, evoca la sabiduría de un Dios que conoce lo más íntimo del corazón del hombre (cfr. Sal 138) y, por otra parte, es para mí, una expresión de humildad que me hace mirar cuan misericordioso ha sido el Señor conmigo y la confianza con que me llama, conociendo lo más íntimo de mi corazón, a apacentar su rebaño.

Soy el diácono Marco Antonio, actualmente estoy cursando el cuarto año de la etapa de Configuración o Teología como quizá muchos la conocen, estoy en la etapa final de la formación inicial. Soy originario del estado de Veracruz, un pueblito llamado Chontla y enclavado en la sierra de Otontepec. Nací en una familia de diez hermanos (cinco hombre y cinco mujeres), de los cuales soy el penúltimo. Mis papás don Jorge, que en paz descanse, y mi mamá, doña Juanita como la llaman en el pueblo, fueron quienes inculcaron en mí el servicio en la Iglesia, un matrimonio de más de sesenta años que sirvieron durante muchos años en la parroquia del pueblo, en el coro, dando catecismo, platicas presacramentales, acompañando matrimonios, adoración nocturna, entre otros grupos a los que pertenecieron. Fue este ejemplo, sin duda, el que desde muy pequeño marcó no solo mi vida de fe, sino también mi vida vocacional, pues eso me permitió tener contacto con varios sacerdotes que desde que tengo uso de razón me invitaban a la vida sacerdotal.

Desde muy pequeño, me llamó la atención el servicio en la Iglesia, fui monaguillo desde los cinco años, se podría decir que crecí en la parroquia, no solo por el servicio al altar, también porque me gustaba estar en la Iglesia. Disfrute mucho de acompañar a los padres a oficiar Misa en las comunidades, que, dicho sea de paso, tuve la oportunidad de visitar algunas el pasado diciembre, ahora como diácono, a hacer celebraciones, fue una experiencia bastante grata. Debo reconocer que desde que estaba de monaguillo llamo mi atencion la figura sacerdotal, recuerdo como me gustaba y admiraba a los padres cuando celebraban Misa y cuando estaba en casa, repetía las palabras que el padre decía. ¡Sí! Fui uno de los que de niño jugaban a celebrar Misa, le daba la comunión a mi hermana y a mis primos remojando una galleta en una taza de café.

Para no extenderme tanto, después de haber estudiado una ingeniería y una maestría, y de estar laborando en una empresa por once años, llegué a Monterrey como gerente de una planta nueva de la empresa en la cual trabajé. Y estando aquí, aquella inquietud que desde niño, Dios había puesto en mí, y que por algunos años parecía haber estado dormida… despertó. Gracias en parte a la convivencia con algunos padres y seminaristas; pero, en definitiva, gracias a la necesidad que  veía en los enfermos y en los más necesitados, Dios me recordó el sueño que de niño había puesto en mi corazón. No fue una decisión fácil, a la edad de treinta y tres años, pero busqué el acompañamiento del Centro Vocacional, y finalmente, después del discernimiento solicité el ingreso, siendo aceptado e ingresando al Seminario de Monterrey en agosto del 2014.

Hoy en día puedo decir que, este tiempo que he pasado en el Seminario, con sus altas y sus bajas, han sido los mejores de mi vida, en los que me he sentido feliz y amado por Dios. He crecido humana, vocacional y sobre todo cristianamente.

Después de unos meses en mi ministerio diaconal, he podido ser nuevamente testigo de la necesidad que tiene el pueblo de encontrarse con Dios, aún y cuando parezca lo contrario, se tiene la necesidad de Él. De la misma manera que hace años, eso me mueve a querer ser instrumento de su gracia.

Hoy con mayor certeza y libertad quiero entregar mi vida al servicio de la Iglesia y para gloria de Dios. Hoy nuevamente, con ilusión y con la confianza puesta en el corazón de Cristo, he solicitado ser ordenado sacerdote, sabiendo que es un don para su Iglesia, y un signo de amor por su pueblo. Sigo diciendo en mi oración, como desde hace unos años: Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.

Dios los bendiga a todos, no olviden rezar por mí, por las vocaciones, por los sacerdotes y seminaristas, por los jóvenes de nuestras parroquias para que atiendan generosamente el llamado que Dios les hace.

Marco Antonio Cruz Pérez

4to. de Teología

26 Ene 2024

HELLO! 1

Desde el Antiguo Testamento el fundamento del sacerdocio se da mediante la mediación, es decir, el sacerdocio levita siempre encontraba su misión en el ofrecimiento de los sacrificios a Yahvé, Dios. Esto siempre para poder encontrar misericordia o favor por el pueblo escogido. Además, dichos sacrificios -al menos en tiempo de Jesús- encuentran su sentido en el Templo de Jerusalén.

Podemos darnos cuenta que Cristo no ofreció un sacrificio común,  ni siquiera fue en el Templo. De modo que, ante la Antigua Alianza, Jesús no tiene ni el linaje (Levita), ni tampoco ofrece un sacrifico ordinario y tampoco es en el Templo.

Entonces ¿Dónde encontramos que Jesús es sacerdote? En el Nuevo Testamento, el único libro neotestamentario donde encontramos a Cristo Sacerdote es en la Carta a los hebreos. Dicha carta es fundamental en este tema, estamos ante una comunidad de judíos convertidos al cristianismo que comienzan a perder un poco el rumbo, por lo tanto es importante recordar que Cristo es aún más que Moisés (Hb 3,3) y los ángeles (Hb 1, 4). La superioridad es porque Dios lo ha constituido mediador entre Dios y los hombres. Pero, ¿Por qué Cristo es el nuevo y único mediador entre Dios y los hombres?

Esto es, porque Cristo ha asumido nuestra carne humana, ha tomado nuestra naturaleza; pero, no como una realidad a medias, sino de manera completa. De hecho Aquél que no es pecador se convierte en pecado (Flp 2, 8-9) para que así, podamos recobrar nuestra dignidad de hijos de Dios (CEC 460) y poder llegar a nuestra Patria Celeste, nación a la que todos nosotros pertenecemos al ser coherederos de Dios.

Cristo no es constituido sacerdote por sí mismo, quien lo constituye es el mismo Padre (Hb 5, 5-6). Ya que lo ha enviado a nuestro mundo para poder asumir nuestra condición, ser consciente de nuestra vida para acercar la divinidad a nuestra humanidad (San Irineo, Adversus haereses, 3, 19, 1: PG 7, 939) y así, en el cumplimiento de la voluntad del Padre, Cristo se ofrece como sacrificio agradable a Dios en favor de la redención del hombre.

Desde este punto damos un paso más adelante. Ya hemos contemplado que Cristo no es sacerdote como los de la Antigua Alianza ya que no ofrece un sacrificio en el altar del Templo y tampoco tiene la ascendencia sacerdotal, es decir, no tiene por herencia sanguínea el sacerdocio. Pero, es el Padre quien lo ha constituido, esto lo ha hecho en favor de nosotros -sus hijos- para que Jesús al ofrecerse logre la expiación de los pecados algo que los sacrificios de la Antigua Alianza no lograron nunca.

La ofrenda de Cristo es Él mismo, que se entrega en el altar del madero de la cruz, lugar desde donde ofrece al Padre su sangre de cordero inmolado (Jn 1, 29) en favor de nuestra redención, es decir, por el perdón de los pecados. Es así que, Cristo en este sacrificio suyo en la cruz, instituye a su vez un nuevo sacerdocio. Una nueva mediación entre Dios y los hombres.

En la Carta de a los hebreos del Nuevo Testamento encontramos un resumen de todo lo que ya he comentado:

“Todo sumo sacerdote está tomado de entre los hombres y constituido en favor de la gente en lo que se refiere a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Es capaz de comprender a ignorantes y extraviados, porque también él se halla envuelto en flaqueza; y, a causa de la misma, debe ofrecer por sus propios pecados lo mismo que por los del pueblo. Y nadie puede arrogarse tal dignidad, a no ser que sea llamado por Dios, como Aarón. De igual modo, tampoco Cristo se atribuyó el honor de ser sumo sacerdote, sino que lo recibió de quien le dijo: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy” (Hb 5, 1-5).

Es Cristo quien por su Encarnación toma nuestra naturaleza (Jn 1, 14) comprendiendo nuestra esencia humana al experimentarla en su vida terrena. Es el Hijo de Dios constituido sacerdote por el Padre al enviarlo y en el cumplimiento de su voluntad al ofrecerse como sacrifico expiatorio por el perdón de los pecados de todos nosotros. De modo que, Cristo es sacerdote de la Nueva Alianza, al ofrecerse como sacrificio agradable al Padre, un sacrificio efectivo y único, el cual nos ha comprado con su sangre en favor de nuestra redención.

¿Dónde entran los presbíteros y obispos que participan del sacerdocio ministerial? Hemos dicho que el único sacerdote es Jesús, pero, aquellos que por la imposición de las manos de los sucesores de los apóstoles y la oración consecratoria, participan de este sacerdocio ministerial de Jesús. Ya hemos visto la semana pasada que, el sacerdote encuentra su santidad en la fidelidad que le tiene a Dios, para así amar más a su Esposa, la Iglesia. Nuestros sacerdotes, por tanto, al participar del sacerdocio de Jesús, son también mediadores entre Dios y los hombres, esto, en cuanto que obran en la persona de Cristo cada que participan del misterio salvífico en los sacramentos.

El sacerdote en la misa, no es que ofrezca un nuevo sacramento, no es que aquel sacrificio de Cristo en la cruz no haya valido. Es el mismo sacrificio que se ofrece, es una actualización que nos hace vivir la gracia santificante y siempre actual de parte de Dios. Al recordar aquellas palabras de Jesús en la última cena, mencionadas por el sacerdote en la persona de Cristo en la misa, nos transportamos al tiempo de Dios, nos movemos entre en la humanidad y la divinidad, al tocar nuestra humanidad la divinidad plena de Jesucristo, Hijo de Dios.

Por eso es sumamente importante el sacerdocio, ya que nuestros sacerdotes son mediadores, puentes que nos llevaban a Dios. Tan necesaria es la mediación que Cristo ha querido que su sacrificio y mediación se actualice en hombres que Él mismo ha llamado para que; primero estén con Él y después para santificar el pueblo de Dios. Dicha mediación de nuestros sacerdotes no es algo que pretenda ser individualista o de origen personal, sino, es por la comunidad y siempre obrando en la Persona de Cristo, toda la potestad sacerdotal que ellos tienes es para poder guiar al pueblo santo de Dios, confeccionando el sacrificio de Cristo en su Persona en favor de todos los coherederos del Reino (Lumen Gentium10).

Jesús Humberto Vega Reyes

Seminarista | 3ero. de Teología

05 Ago 2022

HELLO! 1

El reloj registra las 23:56 horas. En algún lugar del mundo, el padre godínez ha dejado la oficina; el operario marca su hora de salida mientras distingue al que registra la entrada; la cansada madre de familia apagó la luz de la cocina; la madre soltera se dispone a engañar al maestro de su hijo haciendo su tarea, o reproducir con su pequeña princesa un mundo imaginario de compras, cocina y veterinaria; el estudiante experimenta la adrenalina de enviar su tarea con 3 minutos de anticipación al horario límite; el conductor siente en su rostro el aire fresco de la carretera, anhelando llegar a la meta; la pareja enamorada rehúsa concluir la conversación; el adolescente que llega a casa es reprendido sin posibilidad de disimular los efectos del alcohol; y el joven misionero rememora su día apostólico, profundizando su experiencia de encuentro con Dios. Pero en todos los casos, en todos los lugares del mundo, la conciencia se sienta a solas con Dios, escuchando su voz en el recinto más profundo de su corazón (GS 16). 

En su caso, el misionero escribe, registra la voz de Aquel que le llama durante el día. Rememora un día caliente, las puertas que toca y las personas que salen; las puertas que se quedan cerradas y los perros que ladran con rabia. Recuerda a quienes le hacen pasar a la sala, y quienes se niegan atenderlo. Cuestiona a Dios aquellos casos de indiferencia, pero se regocija por las personas que consoló y reanimó a causa de sus palabras y testimonio. No puede olvidar la tierna figura de la abuelita que le sirvió un vaso de agua fresca con tanto cariño; pero aún le duele la ofensiva mentada de aquel anciano malhumorado. 

Le conmueve la mirada de la anciana postrada en la cama, que le advierte su partida al encuentro con sus padres y hermanos ya fallecidos. Le brota una lágrima al recordar la sonrisa de aquel niño desahuciado a causa de su leucemia en etapa terminal. Recordar a los padres del pequeño, tomados de la mano con una sonrisa falsa, tan falsa como la esperanza de sobrevivir, hace que el joven misionero quiebre en un amargo llanto a causa de tristeza e impotencia.

Pero en su corazón escucha la voz de Aquel que puede compadecerse de nuestras flaquezas, de quien ha sido probado en todo como nosotros, menos en la impureza (Hb 4,15). De esta manera, el misionero recurre a la fe para mirar los acontecimientos desde el punto de vista de Jesús, es decir, repasa su día desde los ojos de Jesús (LF 18). Así la fe se convierte en el punto de partida para discernir el llamado de Dios. 

Pero, ¿Por qué la misión se convierte para el joven en un espacio para escuchar lo que Dios quiere de su vida? Los que conocen de la vocación dirán que Dios ha puesto en el corazón de cada joven la necesidad de responder a la alegría del amor. Solo de este modo su existencia podrá dar frutos. Yo me pregunto si el padre godínez, el operario, la madre de familia, el estudiante, el conductor, la pareja de enamorados, el adolescente reprendido, entre otros tantos, tienen la necesidad de dar frutos para encontrar sentido a su existencia. Pero dejemos en libertad a cada uno de ellos para que emitan una respuesta propia.

Volviendo al diario del joven misionero, este enfrenta el reto de reconocer la forma concreta en que Dios le llama a vivir la alegría del amor. En este sentido, la reflexión de la experiencia misionera se convierte en un espacio de discernimiento vocacional. Esto consiste en un proceso de diálogo con el Señor para elegir su estado de vida. Se comprende como un caminar en el cual Dios da luces para la elección de una vocación totalmente personal: matrimonio, vida religiosa, orden sacerdotal, por mencionar tres estados elementales. 

¿Cuál es el proceso del joven que enfrenta la misión buscando descubrir el estado de vida al que Dios le invita? ¿Cuál es la experiencia en el corazón de quien ha descubierto la vocación que Dios le invita y vive la misión desde ese estado de vida? ¿Cuál es tu pensamiento y sentimiento al llevar a cabo una misión desde la realidad en que Dios te ha puesto? 

Porque la realidad supera la idea, toda misión exige un diálogo entre la idea y la realidad. Por lo tanto, la idea se elabora, pero la realidad es (EG 231). La realidad iluminada por el razonamiento (EG 232) es la ventana para buscar atender la voluntad de Dios en cualquier estado de vida; en cualquier oficio que se desempeña para llevar el pan a la mesa; o en cualquier misión apostólica. 

De este modo, solo una misión contenida en el amor y atención al prójimo; así como las tareas más cotidianas orientadas al cuidado de quienes amamos, se convierten en el medio para escuchar el llamado de Dios que conduce a la alegría del corazón humano. 

Angel Salvador Martínez Chávez

Seminarista | 1ero. de Teología

29 Jul 2022

HELLO! 1

El inicio del evangelio de San Juan es muy peculiar, no solo por el hecho que comienza con un prólogo creado como un himno a la Palabra eterna del Padre: el Hijo, sino además porque continúa con una narración distribuida a lo largo de una semana en donde el evangelista va narrando, poco a poco, la formación de la fe de los discípulos y la creación de la Iglesia. De esta manera, la misma narración evangélica va encaminando al lector a descubrirse parte de esta nueva creación, parte de los nuevos discípulos del Señor.

Es propiamente en el tercer día (cf. Jn 1,29.35) cuando ocurre lo que se puede denominar la creación del discipulado, el llamado de los primeros tres discípulos del Maestro. Y es aquí donde me gustaría centrar la atención, en la escena de este primer encuentro, el momento fundante que cambia la vida y el destino de estos dos (o tres) hombres a partir de su decisión por seguir a Jesús.

El relato del evangelio dice: “Al día siguiente estaban allí de nuevo Juan [el Bautista] y dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dijo: «Éste es el Cordero de Dios». Los dos discípulos, al oírle hablar así, siguieron a Jesús. Se volvió Jesús y, viendo que le seguían, les preguntó: «¿Qué buscan?». Ellos le dijeron: «Rabbí -que significa: Maestro-, ¿dónde vives?». Les respondió: «Vengan y lo verán». Fueron y vieron dónde vivía, y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima” (Jn 1,35-39). La escena continúa con el momento en que estos dos nuevos discípulos del Señor llaman, a su vez, al hermano de uno de ellos (Pedro) para que se convierta, también él, en discípulo.

En esta escena podemos centrarnos a reflexionar en muchos aspectos ya que es muy rica en narrativa y detalles. Sin embargo, me gustaría centrarme en tres pinceladas particulares sobre los que considero, este relato del llamado discipular, hace un énfasis particular y peculiar.

  1. La escucha a la invitación que hace Juan el Bautista. El tercer día de la semana inicial joánica comienza con una profesión de fe de parte del Bautista: “Este es el Cordero de Dios”. Juan el Bautista ya había tenido una experiencia cercana con Jesús al ver descender el Espíritu Santo sobre Él y había dado testimonio sobre ello un día anterior (Jn 1,29-34). Esta experiencia de fe seguramente cambió el corazón del Bautista para siempre y por ello se convirtió en testigo de la Luz, pues esta Luz lo había iluminado y le había otorgado el don de la fe.

A partir de ese momento Juan el Bautista se convirtió en la voz por medio de la cual la Palabra transmitía su mensaje. Y es así como, al inicio de este tercer día, por medio de la voz (Juan el Bautista), se deja escuchar el llamado de la Palabra (Jesús): “Éste es el Cordero de Dios”. Había ahí, escuchando atentamente, dos discípulos del Bautista. Estos dos discípulos no solo oyeron lo que Juan afirmó como profesión de fe, sino que además, captaron el mensaje detrás de esas palabras. El Cordero de Dios es el único que puede salvar, es el único que puede proporcionar la salvación contra el ángel exterminador (Ex 12,5-13).

Los discípulos escucharon lo que su maestro, Juan el Bautista, proclamaba; escucharon que el único que podía salvarlos, del que proviene la vida, era Aquél que señalaba su hasta entonces maestro. Y por ello, decidieron dejarlo atrás. Escucharon la verdad sobre aquel hombre hasta ahora desconocido para ellos y decidieron aventurarse para conocerlo… todo comenzó con una profesión de fe, una declaración de intenciones, y ellos decidieron escucharla.

  • La valentía de querer seguir a Jesús. El relato continúa inmediatamente con el movimiento de los discípulos. El evangelista deja en claro que la importancia no radica en el Bautista sino en aquellos dos hombres que lo han escuchado. Y porque oyeron lo que su maestro les decía por eso pudieron reconocer en Jesús su nuevo Maestro. Nada dice la narración evangélica sobre el pensamiento de los discípulos, sobre sus dudas, ni siquiera sobre una despedida de Juan. La atención se centra en su seguimiento. Y es que en el seguimiento de Jesús hay muchos detalles, muchas situaciones que pasan desapercibidas porque el centro se convierte en el Señor. Todo lo demás es accesorio.

La narración es muy lacónica en la decisión de estos dos hombres. No explicita cuanto tiempo estuvieron detrás de Jesús, siguiéndolo. Solo expresa el hecho que habían realizado una elección de vida. Toda su realidad se había transformado por haberse dado la oportunidad de ir detrás de un hombre del cual les habían dicho era “el Cordero de Dios” el que podría salvarlos de las garras de muerte del ángel exterminador. Por eso, la importancia radica en la valentía de estos dos hombres que dejaron lo que estaban haciendo ese día para seguir a Jesús. Y a partir de ese momento nada en su vida volvería ser igual.

  • El quedarse a vivir un tiempo en donde vive el Maestro. La atención, a partir de este momento, se centrará en Jesús: él propicia el diálogo y las acciones de sus nuevos discípulos. Ciertamente no sabemos cuánto tiempo estuvieron estos dos hombres, hasta ahora desconocidos para el lector, siguiendo a Jesús. Pero, en un determinado momento, el Maestro toma la iniciativa y les pregunta sobre su actuar: “¿Qué buscan?”. Lejos de sorprenderse por el cuestionamiento de Jesús, aquellos hombres parecen determinados en lo que desean: por un lado, reconocen en Jesús su autoridad y por eso lo llaman Maestro; por otro, se descubre su decisión firme de seguimiento, pues quieren conocer el lugar donde habita Jesús.

Saber dónde vive una persona es conocer una parte fundamental e íntima en ella. En el deseo de querer conocer dónde vive Jesús, estos dos hombres no hacen sino afirmar su deseo de querer convertirse en discípulos. La experiencia en el lugar donde vive el Maestro transforma a estos dos hombres y los hace discípulos porque descubren realmente quién es ese hombre al que, por la mañana, han estado siguiendo. Lo acontecido después de ese momento: “Vengan y lo verán”, nadie lo sabe. De este suceso solo queda el recuerdo de la hora. Solo conocemos dos cosas: se quedaron con Jesús y eso los transformó en verdaderos discípulos del Señor.

La experiencia del llamado solo puede reconocerse con la experiencia de la respuesta. Solamente quién es llamado podrá responder a esta intuición cuando vive una experiencia cercana con el Maestro. Es a través de la vivencia con el Señor donde las dudas y las inquietudes se resuelven. Estos dos discípulos siguieron a Jesús y fueron a vivir un día con Él. Pero el cambio que generó en su vida fue interminable, pues a partir de ese momento nada fue igual para ellos. Esa es la experiencia de un discípulo y esa es la experiencia a la cual también a nosotros nos invita el Señor. Solo yendo y viendo donde vive el Maestro podremos descubrir por qué nuestro corazón arde dentro de nosotros cuando vamos de camino y nos explican las Escrituras y parten para nosotros el pan (cf. Lc 24,30.32).

Pbro. Lic. Jaime Jesús Garza Morales

Colegio Mexicano en Roma

25 Feb 2022

HELLO! 1

“La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los campos que envíe trabajadores para su cosecha” (Mt 9, 37-38).

Durante el mes de febrero la Iglesia de Monterrey se dedica a orar por las vocaciones sacerdotales, siendo así conocido como “el mes del Seminario”. Durante este tiempo los seminaristas de Monterrey tenemos la oportunidad de visitar las distintas parroquias de nuestra Arquidiócesis, invitando a los fieles a orar constantemente por los sacerdotes y seminaristas y agradeciendo el donativo que durante el mes de febrero (y durante todo el año) hacen para el sostenimiento de nuestro Seminario.

Al ser la primera experiencia de Colecta Anual que he tenido de manera presencial debido a la pandemia, ha dejado momentos guardados en mi interior, pues las muestras de aprecio y cariño de los fieles hacia el Semanario, y sus mensajes de ánimo, son de gran motivación para mi caminar vocacional. Llamó especialmente mi atención el comentario que realizó una señora con la cual conversaba en uno de los domingos de colecta, pues ella mostraba una gran preocupación por la falta de vocaciones, preguntándose qué pasaría si en un futuro ya no hubiese vocaciones sacerdotales, preguntándose cómo podrían los fieles ir a Misa, acercarse a la Eucaristía, reconciliarse con Dios, o incluso ser constituidos hijos de Dios por medio del Bautismo, esto me hizo reflexionar acerca de lo alarmante que es la actual falta de vocaciones.

La Iglesia necesita sacerdotes, y cada vez más presenciamos una disminución en el número de vocaciones al sacerdocio, por ello, es importante la oración constante de los fieles. No nos cansemos de orar por el bien de la Iglesia, por los sacerdotes que guían al rebaño y por los jóvenes que se preparan para algún día serlo; pero sobretodo, oremos mucho por los jóvenes que buscan el sentido de su vida, por los jóvenes a quien Dios llama a su viña, para que sepan atender con generosidad y amor a la voz del Señor que los invita a seguirlo.

Agradezco grandemente la ayuda económica que cada fiel hace al Seminario, pero sobretodo agradezco mucho la ayuda espiritual que nos dan por medio de la oración, esta oración nos hace mucho bien, pues es la que nos sostiene y nos alienta a seguir adelante, para llegar un día a configurarnos con Cristo Buen Pastor.

Armando Sánchez Rodríguez | 2º de Propedéutico

18 Feb 2022

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El papel del sacerdote ha sido muy importante a lo largo de la Historia de la Salvación. Él era quien ayudaba al pueblo judío a expiar sus pecados mediante sacrificios ofrecidos a Dios. Con su venida, pasión, muerte y resurrección, mediante la entrega de su propia vida como ofrenda para el perdón de nuestros pecados, Cristo dio un nuevo sentido a esta labor. Su deseo de permanecer entre nosotros era tal que, en la última cena, en el momento de la Institución de la Eucaristía, quiso quedarse en Cuerpo y Sangre, en el pan y el vino.

Por mandato de Cristo, el sacerdote tiene la tarea de seguir celebrando este misterio y así, de ser un puente entre Dios y los hombres. “Todo sumo sacerdote está tomado de entre los hombres y constituido en favor de la gente en lo que se refiere a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Es capaz de comprender a ignorantes y extraviados, porque también él se halla envuelto en flaqueza; y, a causa de la misma, debe ofrecer por sus propios pecados lo mismo que por los del pueblo” (Hb 5, 1-3).

Por esto, el sacerdote es también un signo de esperanza en nuestra vida, pues así como en la antigua alianza se hacía a Dios una ofrenda, ahora se ofrece un único sacrificio; el de Cristo. Por eso, mediante la conversión del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor, los fieles pueden lograr una íntima comunión con Dios. Si antes el sacerdote fungía como intermediario entre Dios y el hombre ayudando a la expiación de los pecados, ahora se vuelve instrumento de reconciliación, fortaleciendo con la gracia dicha comunión.

“La Iglesia expresa al decir que el sacerdote, en virtud del sacramento del Orden, actúa in persona Christi Capitis (CEC 1548).

Tener a Cristo en la persona del sacerdote, ayudará a que siempre se mantenga la esperanza de un encuentro pleno con Dios. Es gracias al sacerdocio que los fieles pueden obtener las abundantes gracias de los sacramentos, un acompañamiento que oriente su vida espiritual, una ayuda en los momentos de tristeza y desamparo, la oportunidad de disfrutar una vida alegre con Cristo en la comunidad parroquial. El sacerdocio en nuestras vidas es un regalo de Dios que nos demuestra que él nos sigue acompañando en nuestro diario vivir, y nos dice «no pierdan la esperanza», pues «yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).

Juan De Dios Silva Loredo | 2º de Teología

11 Feb 2022

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«¿Cómo fue tu llamado?» Esta es una de las preguntas que más me han hecho a lo largo de mi formación, y me atrevo a decir que quienes caminan junto conmigo, así como los que ya son sacerdotes, coincidimos en afirmar que disfrutamos dar a conocer cómo Dios tocó nuestro corazón en un momento determinado de nuestra historia y nos llamó para que estuviéramos con Él (cfr. Mc 3, 13-14).

Solía pensar que la forma en la que Jesús me había llamado a seguirlo no tenía nada de especial, que se había tratado de algo simple y de poca importancia. Aunque sí quedé con mucha inquietud, lo dejé pasar. Necesitaba tomarme un tiempo para terminar la carrera y meditar profundamente el llamado que se me había hecho, pues no se trataba de cualquier cosa.

No podía dejar todo por cuanto había trabajado tanto por algo que en un principio parecía tratarse de una simple cosquillita. ¡Qué ingenuo fui! Pero Él, que me conoce perfectamente me ayudó a entender que no había sido sino un acontecimiento bello y único que vino a mover (muchísimo) mis planes, a cuestionarme si lo que estaba haciendo (y pensaba hacer) me hacía realmente feliz y, sobre todo, a confrontarme pidiéndome hacer y dar más de lo que ya estaba haciendo y dando. Fue el mismísimo Amor quien se detuvo frente a mí, se acercó a mi corazón y susurró: «Te necesito como trabajador en mis campos. Sígueme». Tiempo después, con mucho miedo, pero también con la seguridad de que quien llama no abandona, por fin respondí: «Va, le entro».

Cuando Jesús te llama a seguirlo, debes saber que es necesario poner atención en todo cuanto acontece en tu vida para así descubrir qué quiere decirte y por dónde te pide que camines. En una Eucaristía escuché a quien presidía decir que la Iglesia necesitaba de sacerdotes que estuvieran dispuestos a dirigirse a todos los rincones del mundo para dar a conocer el Evangelio de Cristo. Fue en ese instante en el que mi deseo de que los demás conocieran lo que Dios había hecho en mi vida tomó muchísima fuerza y me confirmó que el camino que había decidido tomar era el correcto.

Y aquí estoy, en el sexto año de mi formación sacerdotal. El tiempo ha pasado lo suficientemente rápido, pero no por eso he perdido la oportunidad de descubrir en cada una de las etapas la belleza y grandeza que tiene el sacerdocio ministerial.

Entré al Seminario con la ilusión de algún día ser “el padre” que camina junto con su comunidad parroquial, y claro que ese anhelo sigue latente en mi corazón, pero ser «otro Cristo» implica muchísimo más. Se trata de estar para quien lo necesita; de tener un deseo incansable de llevar almas al cielo, todas cuantas sea posible; de consolar cuando en el corazón de alguien que se ha perdido no hay más que sufrimiento; de hacer presente a Cristo en la Tierra y compartirlo; de darme, de darlo a Él; de amar a todos como el mismo Jesús nos ama, «hasta el extremo» (cfr. Jn 13, 1)

Esta es mi más grande motivación y lo que enciende en mí la esperanza de que estaré dispuesto, no dentro de cuatro o cinco años, sino a partir de ahora, al saberme amado por Aquel que me amó primero, a entregar mi vida entera para poder decir, como mi gran amiga santa Teresita, «no me arrepiento de haberme entregado al amor».

Luis Carlos Solís Garza

Seminarista | Experiencia Eclesial

28 Ene 2022

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Desde siempre Dios se ha ido manifestando en mi vida, a lo largo de mi infancia, mi adolescencia y ahora en mi juventud. ¡Es un don de Él que seamos agradecidos! Y precisamente con esto quiero comenzar, diciendo: ¡Gracias Señor por llamarme!

Toda vocación nace de aquella mirada llena de ternura con la que Jesús sale a nuestro encuentro, tal vez justo cuando la barca de nuestra vida estaba siendo agitada por la tormenta de la desilusión, del desánimo, del sin sentido. Pero Jesús está ahí, mirándonos fijamente (cfr. Mc 10, 21) y es una mirada que nos interpela e invita, que nos confronta y nos vence, que nos seduce y que nos llama, y nos dice: ¡Sígueme! (cfr. Lc 9, 59).       

La vocación debe convertirse, paulatinamente, en convicción y experiencia, porque la vocación la da Cristo, la vocación es nuestra relación con Él que llama a los hombres para que estén a su lado y después enviarlos a compartir que el Amor está vivo (cfr. Mc 3, 13-19). Por eso, toda vocación ha de entrañar profundamente la intimidad de la vida con el Misterio.

La respuesta al seguimiento de Jesús ha de ser asumida con libertad, sin miedo y con ánimo alegre. Sin duda, en la actualidad hay demasiadas cosas que nos inquietan, distraen y que no nos permiten prestar atención a los pequeños detalles, a los acontecimientos sencillos, a lo que se fragua en el misterio y lo secreto. Pero dentro de todo ese bullicio Dios permanece fiel, esperando las necesidades reales de nuestro corazón, y para comprender su designio de amor, es cuestión de que nosotros respondamos: ¡Habla, Señor, que tu siervo te escucha! (cfr 1Sm 3, 10).

Toda vocación implica un compromiso. El Señor sabe de qué estamos hechos, de que somos barro no se olvida (cfr. Sal 103, 14), sin embargo, Él escoge a sus amigos de entre los hombres y los constituye en favor de los hombres. Así es la acción de Dios con sus elegidos porque posa su mirada sobre el humilde y abatido que se estremece ante sus palabras (cfr. Hch 5, 1; Is 66, 1-2). Dios sabe de lo que somos capaces, por eso nos llama para poner nuestra vida totalmente al servicio del Evangelio.

El sacerdote es un Homo Dei: un hombre esencialmente de Dios. “El ministro ordenado tiene como título propio ser, no otro, sino Cristo” (Alter Christus, Fray Nelson Medina, OP). Durante estos casi ocho años de formación, mi experiencia vocacional ha sido una continua kénosis; he ido madurando gradualmente junto al Señor reconociendo mis limitaciones, pero perfeccionando mis virtudes, vaciándome para llenarme más de Él, porque Dios me llamó no para mérito propio, sino para el bien de la Iglesia, consciente desde el principio que respondí a este llamado de que, antes de ser sacerdote, debo ser testigo de su misericordia, su amor, su ternura, pues solo así mi corazón se dilatará, trasformará y configurará para ser Cristo para otros.

Y sí, “unirse a Cristo supone la renuncia. Comporta que no queremos imponer nuestro rumbo y nuestra voluntad, que no deseamos llegar a ser esto o lo otro, sino que nos abandonamos en Él, donde sea y del modo que Él quiera servirse de nosotros” (El Sello p. 56, Mauro Piacenza). Vivir la vocación no es un fastidio, sino una plenitud.

José Isabel Hernández Salazar

Seminarista | Segundo de Teología